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EL ENCUENTRO DEL HOMBRE Y EL RÍO

Recuerdo que los árboles recogieron sus sombras,
pálidos como sueños paralelos a mi alma.
Nubes recién bañadas se asomaron a verme
y un silencio de pájaros adornó mi llegada.

(Aparecía en el valle la luz de aquella niña
que venía por las tardes a seguir las quebradas.
La novia del Río Grande dibujaba a lo lejos
su rostro hecho de plumas y caricias de agua.

Volvía la amante suave, por los ojos del río,
la adolescente frágil que su cuerpo entregaba,
la que se fuera en las noches a espiar las estrellas,
y que un día entre los hombres su vestido enredara).

Mariposas que nunca levantaron el vuelo
fueron a dar al río la noticia anhelada.
Cuentan las margaritas que por breves momentos
la emoción de mirarme le detuvo las aguas.

(Desde aquel vago instante en que perdí su senda,
no levantó los ojos, ni enamoró más algas.
Me imaginaba siempre jugando en las orillas,
o dormida de amor, sobre su blanda espalda).

Envuelta en el misterio de ser mujer o sueño,
yo caminaba a ciegas sobre mi propia alma.
De frente, mi amor loco por el río se encendía,
y a mi lado, mi amante, la emoción me inundaba.

Cuando perdí en mis pasos el impulso del río,
me le solté a la vida con voz desesperada,
y ya dura de golpes, sorprendí entre mis años,
una mano que en luces mi dolor levantaba.

Yo le amé, por sus hondas incursiones celestes,
que callaron el hondo silencio de mi alma,
y noté que mis venas se poblaban de instintos
cada vez que sus brazos con mis brazos rozaban.

Su amor fue recogiendo los vírgenes paisajes
que al río, en su locura de amor, se le olvidaran;
y la humana corriente que saltó de su anhelo,
fue más ancha que el mar, y más fuerte que el agua.

Recuerdo que algún día yo le hablé de mi río,
y una como tormenta se agitó en sus entrañas.
No sé si fue mi pecho que tembló de recuerdo,
o si fueron mis ojos que asomaron nostalgias.

Me tomó de la mano como flor de misterio,
y siguió los guijarros que un día desandara.
Así fue que los valles recobraron inquietos
la chiquilla silvestre del sendero de plata.

Por un instante el alma se me fue de los pasos,
y me olvidé la vida, y me doblé las alas:
por entre las cortinas de extraviados relámpagos,
enteros de verdad, hombre y río se miraban...

¡Nunca tuvo más fuentes la bondad de mi amante!
¡La locura del río nunca tuvo más alma!
Los dos, claros de fuerza, se amaron en mi espíritu,
y besaron a un tiempo, mi emoción que lloraba.

Unos juncos morados que a mi lado dormían
recogieron el eco de unos labios de agua:
dicen lirios ingenuos que los juncos sensibles
nunca se despertaron por no herir la montaña.

(Tal vez en lo más íntimo del corazón del río
presenciaron los lirios una muerte de alma...)

autógrafo

Julia de Burgos


«El mar y tú» (1954)
Los poemas del río


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