LAS FLORES DEL MAR
Danza sobre las olas, vuelo flotante,
ductilidad, perfección, acorde absoluto
con el ritmo de la marea, (1)
la insondable música
que nace allá en el fondo
y es retenida
en el santuario de las caracolas.
La medusa no oculta nada,
más bien despliega
su dicha de estar viva por un instante.
Parece la disponible, la acogedora
que sólo busca la fecundación,
no el placer ni el famoso amor,
para sentir: «Ya cumplí,
ya ha pasado todo.
Puedo morir tranquila en la arena
donde me arrojarán las olas que no perdonan».
Medusa, flor del mar. La comparan
con la que petrifica a quien se atreve a mirarla.
Medusa blanca como la Xtabay de los mayas
y la Desconocida que sale al paso y acecha
desde el Eclesiastés al pobre deseo.
Flores del mar y el mal las medusas.
Cuando eres niño te advierten:
«Limítate a contemplarlas.
Si las tocas, las espectrales
te dejarán su quemadura,
la marca a fuego, el estigma
de quien codicia lo prohibido».
Quizá dijiste en silencio:
«Pretendo asir la marea,
acariciar lo imposible».
Pero no: las medusas
no son de nadie celestial o terrestre.
Son de la mar que no es ni mujer ni prójimo.
Son peces de la nada, plantas del viento,
gasas de espuma ponzoñosa (2)
(sífilis, sida).
En Veracruz las llaman aguas malas.
José Emilio Pacheco
Cambios en la versión de «La sangre iluminada: antología de seis poetas latinoamericanos»:
(1) con el ritmo de las mareas
(2) Son peces de la nada, plantas del viento,
quizá espejismos,
gasas de espuma ponzoñosa