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OCASO Y NOCHE

Sangriento el sol corona la alta cumbre,
y mustio, al despedirse de la tierra,
se amortaja con sábanas de lumbre
y expira como un dios tras de la sierra!

La tarde entorna los cansados ojos,
y al sucumbir, doliente y abrasada,
cual sobre inmensos almohadones rojos,
la cabeza reclina destrenzada.

Y entonces Dios, enamorado de ella,
desde su trono azul lleno de galas,
al verla triste, moribunda y bella,
poco a poco la cubre con sus alas.

Y del silencio ante el solemne halago,
la alba luna, esa anémica sublime,
que finge amor al soñoliento lago,
llega, y un beso a la expirante imprime.

Óyense preces en ignotas aras;
y al fin, envuelta en sus oscuros velos,
la inmensa negra de pupilas claras…
penetra en el alcázar de los cielos.

Llena al punto el espacio de crespones,
hace vibrar el arpa del mutismo,
y comienza a llorar exhalaciones
como gotas de fuego en el abismo.

La flor cierra los labios: calla el mundo,
en luz se rompe en lo infinito el astro;
y del negro horizonte en lo profundo,
sube la niebla en olas de alabastro.

Surge Morfeo, el dios ebrio de opio
que al pardo búho del osario alegra,
y el astrónomo apunta el telescopio
a las pupilas de la inmensa negra.

En tanto, del vacío en la negrura,
como lagos de pétalos de rosas
frescas y blancas, en la eterna altura
se ven palidecer las nebulosas.

Transpira el bosque aromas embriagantes,
y aduerme los monótonos rüidos
de sus hojas, temiendo por instantes
que despierten las aves en sus nidos.

Duerme la virgen en su blanco lecho
y sueña con las flores y las nubes,
mientras le rozan el ebúrneo pecho
con sus abiertas alas los querubes.

Duerme el niño y suspira blandamente,
y sueña con el seno que lo aguarda,
mientras lo arrulla con amor ferviente
quedo, muy quedo, el ángel de la guarda.

El criminal no duerme: su conciencia
no deja que sus párpados se unan;
de la noche lo espanta la presencia,
el silencio y la sombra lo importunan.

El amante está en vela, pero sueña,
sueña con los encantos de su amada,
cierra los ojos y la ve risueña
con la cabeza hundida en su almohada.

El fuego fatuo, sol de los osarios,
brota de los sepulcros, entreabiertos,
y agitando sus fúnebres sudarios
hablan a solas los helados muertos.

Solo del mar el poderoso grito
se oye vibrar en tan solemne calma;
canta el poeta!, explora el infinito.
Y al infinito se remonta el alma!

La luna, en tanto, entre ignorados mundos,
del monte baña con su luz los flancos,
y parecen sus rayos moribundos
hebras sutiles de cabellos blancos.

Y al fin sucumbe desolada y triste
mostrando su letal abatimiento,
y son las nubes con que al fin se viste
rotas mortajas que amontona el viento.

De súbito la noche entristecida
siente que alguien la acosa, y asustada
corre, corre temiendo por su vida,
corre a perderse en la insondable nada.

Surge la aurora en horizontes bellos,
y a la noche, colérica, amenaza;
luego empuña sus dagas de destellos
y la hiere, y después…la despedaza!

Salta la luz en explosión ardiente
y al mundo rueda en argentada lluvia,
mientras en pie, sobre el lejano oriente,
canta victoria la gigante rubia!



Julio Flórez


«Horas» (1893)

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