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LA CANCIÓN DEL TERRUÑO

De los cuerpos y las almas de mis hijos
yo soy cuna, yo soy tumba, yo soy patria;
yo soy tierra donde afincan sus amores,
yo soy tierra donde afincan sus nostalgias,
yo soy álveo que recoge los regueros
de sudores que fecundan mis entrañas,
yo soy fuente de sus gozos
yo soy vaso de sus lágrimas...

Yo el calvario de sus bárbaras caídas,
yo el oriente de sus tenues esperanzas,
yo la carga de sus días mal vividos
y el insomnio de sus noches abreviadas,
yo el tesoro de sabroso pan moreno
que las manos honradísimas amasan

de los hijos bien nacidos
y la esposa bien amada.

Yo quisiera que los gérmenes fecundos
que sotierran en mis áridas entrañas,
vigorosos y prolíferos se hinchasen,
y pletóricos de vida reventaran,
y paridos de mis senos a la vida,
por mi haz se derramasen en cascadas
que espumaran en agosto
oro rubio sobre plata...

Pero yo soy un decrépito ya estéril,
sin las vírgenes frescuras de las savias,
que mis bellas primaveras de otros días
encendieron y cuajaron en sustancias,
¡en sustancias de la vida que rebosan
porque hierven, porque sobran, porque matan
si cuajando en otras vidas
sus esencias no derraman!

De la vida que me dio Naturaleza
me sorbieron esas vírgenes sustancias,
que en la mano pedigüeña de mis hijos
yo vertía en creaciones espontáneas.
El tesoro de mis senos ya está pobre,
seco el álveo que la linfa refrescaba...
¡No pidáis pan al hambriento
ni al sediento pidáis agua!

Ya están hondos, ya están hondos los filones
del tesoro que mi seno os regalaba;
con la punta de esas rejas no se topan,
con gemidos y sudores no se ablandan...
Ya mis senos no son cuna de semillas
que en fecundo limo virgen germinaran:
¡Son sepulcros de simientes
en el polvo sepultadas!

Y es preciso que renazcan, que rebullan,
que revivan en mi hondura nuevas savias,
que me enciendan fructuosas concepciones,
que me alegren florescencias soberanas,
que me engrían madureces olorosas
de cosechas opulentas bien gozadas...
¡Hizo Dios así a Natura:
grande y fértil, bella y sana!

Pero quiero que los hijos del trabajo
no derritan de su carne las sustancias
en la vieja brega estéril que me oprime,
en la ruda brega torpe que los mata...
No con riegos de sudores solamente
se conquistan y enriquecen mis entrañas.
¡Hace falta luz fecunda!
¡Sol de ideas hace falta!

autógrafo

José María Gabriel y Galán


«Campesinas» (1904)

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