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NIVOSA

Es noche de Neurastenias. Es una noche de junio,
los surtidores derraman plumas, jazmines, burbujas;
por sus manchas me parece que se ríe el Plenilunio,
y se me antojan las plantas un ejército de brujas.

Cual procesión de novicias, envueltas en aéreo velo,
pasan las nubes aladas vertiendo nevado lloro;
y en el níveo campanario, que es un témpano sonoro,
hay dos palomas muy blancas que son como hostias del cielo.

Las rocas, como fantasmas, enseñan sus curvos flancos,
y parecen recostadas en un diván de albo lino;
yergue el monte su cabeza de gran pontífice albino,
y es el mar un gran cerebro donde bullen versos blancos.

Con níveo tisú se visten las acacias amorosas;
ostentan los floripondios sus copas de porcelana
en que siempre beberemos ¡oh mi púdica sultana!
la miel blanca de los nardos y la leche de las rosas.

Todo es blanco; muestra el bosque su gran peinador de seda,
mil abanicos de nácar y mil ánforas de nidos;
me parecen los corderos mil pierrots que están dormidos
y la neblina en el árbol una escala que se enreda.

La gran capital del mármol y de los sueños, la Grecia,
está en todo lo que es blanco y está en todo lo que es fuerte;
en el fondo de las aguas hay una extraña Venecia
y una antártica acuarela de la ciudad de la Muerte.

¡Oh, ven, mi blanca querida de los pálidos hastíos;
Chopin y Schubert conversan entre esas muertas blancuras;
y ejecutan en el bosque la romana de los fríos,
de las tristes palideces y las blancas hermosuras!

Miro a un lirio que está loco: miro a Ofelia que se aleja;
miro a un astro que se cae: miro a Safo que se mata;
siéntate al piano, oh querida, y hazme oír la serenata


En los pechos ateridos de la diosa del invierno,
nieva almíbar coagulada, nieva leche temblorosa,
y es la luna el sacerdote de las nupcias de una rosa.

Ven, mi hermosa desposada; son tus senos los altares
       en que ofrezco mis querellas:
son los cisnes en el río como góndolas de azahares
y los azahares son perlas del collar de las estrellas.

       Esa túnica de bruma,
       que el viento prende o arranca,
es el peplo de la muerte y es el alma de la espuma
que sacude sobre el mundo su eucarística ala blanca.

Camelia del océano va el tímido barquichuelo
agitando su teristro de ámbar, cera y alabastro,
y es cual hada misteriosa que alza su enorme pañuelo
saludando a lo infinito y haciendo señas a un astro.

¡Pálida virgen, ebúrnea, cándida, mística, santa,
la tierra es un incensario de intacta, inhollada nieve
en donde, trémula y casta, sutil, impoluta y leve,
la niebla, incienso con alas, vuela, gira y se levanta!

       ¡Ven, neurasténica, loca
       de mis inviernos de hastío!
       ¡Lejos de ti siento frío:
       ven, neurasténica, loca!

Tus ojeras son las flores que te deja el amor mío,
ala, lirio, flor y hostia, gasa, niebla, luz y pluma:
¡serán mis dientes los cirios que buscan fuego en tu boca
y tus brazos en mi cuerpo dos serpentinas de espuma!

autógrafo

Julio Herrera y Reissig


«Los maitines de la noche» (1902)

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