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ODA XVI
A UN PINTOR

En esta breve tabla,
discípulo de Apeles,
cual yo te la pintare,
retrátame mi ausente

cual sale cuando ríe
la aurora por oriente,
tras sus mansas corderas
al valle a entretenerse.

Sueltas, las trenzas de oro,
y al céfiro, que leve
licencioso volando
las ondea y revuelve.

Encima una guirnalda,
cuyas rosas releven
el contraste agraciado
de las cándidas sienes,

de do con aire hermoso
de sencillez alegre
la tersa frente asome,
cual plata reluciente.

Mas para que la gracia
le des con que se tiende,
la fragante azucena
te prestará su nieve.

Luego en las negras cejas
tu habilidad ordene
la majestad del arco
que nace cuando llueve;

y al traidor Cupidillo
podrás también ponerme
que en medio esté asentado,
y a todos vivaz fleche.

Los ojos de paloma
que a su pichón se vuelve
rendida ya de amores
y un beso le promete;

de llama las pupilas
que bullan y se alegren;
mil lindos amorcitos
jugando en torno vuelen.

Y porque el fuego apague
que sus rayos encienden,
la nariz proporciona
tornátil y de nieve.

Tras esto entre los labios
deshoja mil claveles,
que nunca puedes darle
la púrpura que tienen.

Su boca... Pero aguarda:
los pequeñuelos dientes
haz de menudo aljófar,
que unidos no discrepen.

Y dentro, si a ello alcanzas,
cuando la lengua mueve
dulce, un panal que afuera
destile hibleas mieles;

como abejas, las Gracias,
que con susurro leve
volando en el verano
en torno van y vienen.

Dos virginales rosas
las mejillas, cual suelen
brillar cuando sus perlas
la aurora en ellas vierte.

Cargando todo aquesto
con proporción decente
sobre el enhiesto cuello,
que mil corales cerquen.

Los hombros de él se aparten;
y en el hoyuelo empiece
el relevado pecho,
tan albo que embelese.

Pon al sediento labio
en sus pomas turgentes
dos veneros del néctar
de la mansión celeste.

La vestidura, airosa
de armiños esplendentes,
los cabos arrastrando
que el valle reflorecen.

Un leonado pellico
por cima; y que le cuelguen
cien trenzas de oro y seda
que su opulencia ostenten...

Pero, ¡ah!, cesa, profano,
que las gracias ofendes
de mi ausente adorable
con tus rudos pinceles.

Y yo a sus brazos corro,
donde el Amor me ofrece
el premio de mis ansias
y el colmo de sus bienes.

autógrafo
Juan Meléndez Valdés


«Odas Anacreónticas»

enlace Versión manuscrito
facsímil Autógrafo de Meléndez Valdés. Mss. 19.603 de la Biblioteca Nacional

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