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ELEGÍA I. EL DOS DE MAYO

Animus meminisse horret, luctuque refugit
Virg. En.

Noche, lóbrega noche, eterno asilo
del miserable que esquivando el sueño
profundas penas en silencio gime,
no desdeñes mi voz: letal beleño
presta a mis sienes, y en tu horror sublime
empapada la ardiente fantasía,
da a mi pincel fatídicos colores
con que el tremendo día
trace al fulgor de vengadora tea,
y el odio irrite de la patria mía,
y escándalo y terror al orbe sea.

¡Día de execración! La destructora
mano del tiempo le arrojó al averno;
mas ¿quién el sempiterno
clamor con que los ecos importuna
la madre España en enlutado arreo
podrá atajar? Junto al sepulcro frío,
al pálido lucir de opaca luna,
entre cipreses fúnebres la veo:
trémula, yerta y desceñido el manto,
los ojos moribundos
al cielo vuelve que le oculta el llanto;
roto y sin brillo el cetro de dos mundos
yace entre el polvo, y el león guerrero
lanza a sus pies rugido lastimero.

¡Ay! que cual débil planta
que agosta en su furor hórrido viento,
de víctimas sin cuento
lloró la destrucción Mantua afligida!
Yo vi, yo vi su juventud florida
correr inerme al huésped ominoso.
Mas ¿qué su generoso
esfuerzo pudo? El pérfido caudillo,
en quien su honor y su defensa fía,
la condenó al cuchillo.

¿Quién ¡ay! la alevosía,
la horrible asolación habrá que cuente,
que, hollando de amistad los santos fueros,
hizo furioso en la indefensa gente
ese tropel de tigres carniceros?

Por las henchidas calles
gritando se despeña
la infame turba que abrigó en su seno.
Rueda allá rechinando la cureña,
acá retumba el espantoso trueno,
allí el joven lozano,
el mendigo infeliz, el venerable
sacerdote pacífico, el anciano
que con su arada faz respeto imprime,
juntos amarra su dogal tirano.
En balde, en balde gime
de los duros satélites en torno
la triste madre, la afligida esposa
con doliente clamor: la pavorosa
fatal descarga suena
que a luto y llanto eterno las condena.

¡Cuánta escena de muerte! ¡Cuánto estrago!
¡Cuántos ayes do quier! Despavorido
mirad ese infelice
quejarse al adalid empedernido
de otra cuadrilla atroz. «¡Ah! ¿qué te hice?,
exclama el triste en lágrimas deshecho.
Mi pan y mi mansión partí contigo,
te abrí mis brazos, te cedí mi lecho,
templé tu sed, y me llamé tu amigo:
¿y hora pagar podrás nuestro hospedaje
sincero, franco, sin doblez ni engaño,
con dura muerte y con digno ultraje?».
El monstruo infame a sus ministros mira,
y con tremenda voz gritando ¡fuego!,
tinto en su sangre el desgraciado expira.

Y en tanto ¿dó se esconden,
dó están, oh cara patria, tus soldados,
que a tu clamor de muerte no responden?
Presos, encarcelados
por jefes sin honor, que haciendo alarde
de su perfidia y dolo
a merced de los vándalos te dejan,
como entre hierros el león, forcejan
con inútil afán. Vosotros solo
fuerte Daoiz, intrépido Velarde,
que osando resistir al gran torrente
dar supisteis en flor la dulce vida
con firme pecho y con serena frente;
si de mi libre Musa
jamás el eco adormeció a tiranos
ni vil lisonja emponzoñó su aliento,
allá del alto asiento
a que la acción magnánima os eleva
el himno oíd que a vuestro nombre entona,
mientras la fama alígera le lleva
del mar de hielo a la abrasada zona.

Mas ¡ay! que en tanto sus funestas alas
por la opresa metrópoli tendiendo,
la yerma asolación sus plazas cubre,
y al áspero silbar de ardientes balas,
y al ronco son de los preñados bronces
nuevo fragor y estrépito sucede.
¿Oís cómo rompiendo
de moradores tímidos las puertas,
caen estallando de los fuertes gonces?
¡Con qué espantoso estruendo
los dueños buscan que medrosos huyen!
Cuanto encuentran destruyen
bramando los atroces forajidos
que el robo infame y la matanza ciegan.
¿No veis cuál se despliegan
penetrando en los hondos aposentos
de sangre, y oro, y lágrimas sedientos?

Rompen, talan, destrozan
cuanto se ofrece a su sangrienta espada.
Aquí matando al dueño se alborozan,
hieren allí su esposa acongojada:
la familia asolada
yace expirando, y con feroz sonrisa
sorben voraces el fatal tesoro.
Suelta, a otro lado, la madeja de oro,
mustio el dulce carmín de su mejilla
y en su frente marchita la azucena,
con voz turbada y anhelante lloro
de su verdugo ante los pies se humilla
tímida virgen de amargura llena;
mas con furor de hiena,
alzando el corvo alfanje damasquino,
hiende su cuello el bárbaro asesino.

¡Horrible atrocidad!... ¡Treguas, oh musa,
que ya la voz rehúsa
embargada en suspiros mi garganta!
Y en ignominia tanta
¿será que rinda el español bizarro
la indómita cerviz a la cadena?
No, que ya en torno suena
de Palas fiera el sanguinoso carro,
y el látigo estallante
los caballos flamígeros hostiga.
Ya el duro peto y el arnés brillante
visten los fuertes hijos de Pelayo.
Fuego arrojó su ruginoso acero:
¡Venganza y guerra!, resonó en su tumba;
¡Venganza y guerra!, repitió Moncayo;
y al grito heroico que en los aires zumba
¡Venganza y guerra!, claman Turia y Duero.
Guadalquivir guerrero
alza al bélico son la regia frente,
y del Patrón valiente
blandiendo altivo la nudosa lanza,
corre gritando al mar: ¡Guerra y venganza!
¡Oh sombras infelices
de los que aleve y bárbara cuchilla
robó a los dulces lares!
¡Sombras inultas que en fugaz gemido
cruzáis los anchos campos de Castilla!
La heroica España, en tanto que al bandido,
que a fuego y sangre de insolencia ciego
brindó felicidad, a sangre y fuego
le retribuye el don, sabrá piadosa
daros solemne y noble monumento.
Allí en padrón cruento
de oprobio y mengua, que perpetuo dure,
la vil traición del déspota se lea,
y altar eterno sea
donde todo español al monstruo jure
rencor de muerte que en sus venas cunda
y a cien generaciones se difunda.

autógrafo

Juan Nicasio Gallego


Elegías

inglés Translation by Milton A. Buchanan (fragment-third stanza)
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