LA JUVENTUD DEL RAPSODA
Yo vivía feliz en medio de una gente rústica. Sus orígenes se perdían en una antigüedad informe.
Deliraban de júbilo en el instante del plenilunio. Los antepasados habían insistido en el horror del mundo inicial, antes de nacer el satélite.
Una joven presidía los niños ocupados en la tarea de la vendimia. Se había desprendido del séquito de la aurora, en un caballo de blonda crin. Los sujetaba por medio de un cuento inverosímil y difería adrede su desenlace.
Escogía el jacinto para adornar sus cabellos negros, de un reflejo azul. Yo adoraba también la flor enferma de un beso de Eurídice en un momento de su desesperanza.
Me esforcé en conjeturar y descubrir el nombre y procedencia al darme cuenta de su afición a la flor desvaída. La joven disfrutaba el privilegio de volver de entre los muertos, con el fin de asistir a las honras litúrgicas del vino. Desapareció en el acto de evadir mis preguntas insinuantes.
José Antonio Ramos Sucre