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EL DONAIRE

    Los enanos forjaban tridentes para las divinidades marinas. Enseñaban a los naturales de la isla de las canteras el arte de pescar las esponjas. Inventaron los espejos de obsidiana.

    Se ocupaban de educar el ruiseñor y el alción, los pájaros de la felicidad, y maldecían la escasa inteligencia de las aves de rapiña. Habitaban en viviendas de yeso y no se atrevían sino con las liebres. Fueron desterrados por una muchedumbre de hormigas cáusticas.

    Aristófanes se complacía refiriendo, entre carcajadas homéricas, la sumersión de los enanos en una ciénaga después de su brava resistencia en un bosque de lirios y azafranes.

    Los enanos habrían salido vencedores sin la animadversión de unas grullas de pico incisivo, autoras de lesiones incurables.

    Los enanos corrieron a salvarse en la nave de los argonautas y confesaron el origen de su infortunio. Habían imitado de modo risueño el paso de Empous, una larva coja, de pies de asno.

autógrafo
José Antonio Ramos Sucre


«El cielo de esmalte» (1929)

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