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LA NIEBLA

En buen hora vayas tú,
Mansa niebla fugitiva,
Con los bellos tornasoles
Que tu trasparencia cría,

   Con los tímidos reflejos
Con que la aurora matiza
La caprichosa inquietud
De tus formas infinitas.

   En buen hora vayas, niebla,
Agitada y suspendida
Por los vuelos cariñosos
De la perfumada brisa;

   Y trémula y afanosa,
Ya súbito desprendida,
Finjas sobre el ancho mar
Tenues bandas amarillas;

   O ya en sueltos pabellones
Vagando leve y tranquila,
De púrpura, nácar y oro
Lujosamente te vistas;

   O ya en revuelto tropel,
Mal de tu grado indecisa,
Espiral incomprensible
Y maravillosa finjas:

   O ya del viento acosada,
Y por el mismo tendida,
Beses el cáliz pintado
De las tiernas florecillas;

   O mansamente agitada
El vuelo del aura sigas,
Y del bosque gemidor
Los anchos contornos ciñas;

   O ya alzándote orgullosa
Desde la pradera umbría,
Flotante penacho imites
Sobre la roca vecina.

   En buen hora, mansa niebla,
Tu inquieto camino sigas;
Mis ojos te seguirán
Mientras te alcance la vista.

   Que ese misterioso vuelo
Que tu existencia fatiga,
Algo para el alma tiene,
Cuando logra seducirla.

   Y tal vez, tal vez, oh niebla,
Eres del alma querida,
Porque nuestro corazón
A lo que cambia se inclina.

   Y así te adora y te sigue,
Porque compara tu vida
Con la amorosa inquietud
De sus dulces alegrías.

   Leve sombra de la aurora,
Espejo donde se miran
Del amor ardiente y puro
Las ilusiones tranquilas...

   Vuela en paz; y en la alta cumbre
Repite, con voz sentida,
Lo que murmuran las aguas,
Lo que las flores suspiran.

Setiembre, 1849

autógrafo

José Selgas y Carrasco


«La primavera» (1850)

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