LA ENREDADERA
Crece al pie de la ventana
De Luz, la hermosa aldeana,
Una hermosa enredadera,
Que mece dulce y ligera
El aura mansa de abril.
Entre sus ramos frondosos,
Verdes, brillantes, pomposos,
Muestra blancas y amarillas
Perfumadas campanillas
La enredadera gentil.
Y ciñen sus frescos brazos
En voluptuosos lazos
Las ramas que besa el viento
Del álamo macilento,
Que le dio sombra al nacer:
Trepa por ellas altiva
Y las oprime lasciva,
Hasta descansar ufana
En la graciosa ventana
Con delicioso placer.
Muestra la flor cada día
Más lujosa gallardía,
Más espléndida riqueza
Más delicada belleza,
Y más vida, y más amor.
Y sus hojas de esmeraldas
Forman ligeras guirnaldas
Y brillan como un tesoro
Flores de nácar y de oro
Sobre el fecundo verdor.
Apoyada en su ventana
La cariñosa aldeana,
Ve la rica enredadera
Trepar altiva y ligera,
Brillar pomposa y crecer;
Y por los ramos tendidos
Vagan sus ojos perdidos;
Y como la planta bella,
Siente la hermosa doncella
Indefinible placer.
Con inocente delicia
Besa dulce y acaricia
La rama fresca y lozana
Que dibuja en su ventana
Maravilloso festón;
Y no sabe la doncella
Porqué al ver la planta bella
Y al acariciarla tanto,
Siente un misterioso encanto
Brotar en su corazón.
Y le dice:—«Dulce planta,
¿Por qué tu verdor me encanta?
¿Por qué al mirarte suspiro?
¿Por qué, flor, si no te miro
No siento tanto placer?»
Y la flor, maravillosa
Por lo fresca y por lo hermosa,
Le contesta dulcemente:
—«Porque es, como yo, inocente
Tu corazón de mujer».
Y apenas nace la aurora,
La doncella encantadora
Abre su casta ventana,
Y ve pasar la mañana
Acariciando a la flor.
Su gala fecunda admira;
Admirándola suspira;
Suspirando la bendice...
Y la hermosa flor le dice:
—«Yo soy tu primer amor».
Noviembre, 1849
José Selgas y Carrasco