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INTRODUCCIÓN

¿Dónde están los perfumes y las flores,
Que ante mis ojos desplegar solía
La risueña estación de los amores?

   ¿Dónde el brillante sol, el claro día,
La blanda noche y la modesta luna,
Y dónde están mi amor y mi alegría?

   ¿Quién enciende esta sed que me importuna?
¿Por qué al buscar mis ilusiones bellas,
¡Desengaño cruel! no hallo ninguna?

   Puras como la luz de las estrellas
Eran, y las perdí; y en vano ahora
Sé que no puedo ya vivir sin ellas.

   ¡Qué anhela el hombre si su bien ignora,
Si sólo puede comprenderlo, cuando
Con inútiles lágrimas lo llora!

   Gime el laurel en movimiento blando,
Y del viento a la ráfaga ligera
Abandona sus hojas suspirando.

   Pierde su gala y su verdor, y espera
Que nueva pompa, y majestad, y vida
Le volverá otra vez la primavera.

   Pero del alma la ilusión perdida,
Germen oculto de la dicha humana,
Ni vuelve nunca, ni jamás se olvida.

   Y en vano inquieto el corazón se afana,
Y espera en vano que risueños dones
Le traiga el sol que alumbrará mañana.

   No vuelven ya las dulces ilusiones:
Se deshizo la alegre fantasía
Al soplo abrasador de las pasiones.

   Inútilmente el corazón porfía,
Pues llora el fruto que afanoso alcanza
Al espirar la luz del nuevo día.

   Así la vida caminando avanza;
Cada placer nos cuesta un desengaño,
Cada desengaño una esperanza.

   Y a nuestro bien y a nuestro mal extraño
El tiempo en tanto, en su profundo seno
Sepulta sin cesar año tras año;

   Y el dulce cáliz de placeres lleno
El hombre ansioso con afán apura,
Y el alma llena de mortal veneno;

   Y ansioso corre, porque asir procura
La sombra de un placer que va delante
Más lejos cada vez, y más oscura.

   ¡Felicidad humana! Semejante
A esa niebla que el sol tibio ilumina
Y que disipa el viento en un instante;

   Imagen delicada y peregrina,
Que a nuestros ojos se levanta y crece,
Si el alma en su inquietud se la imagina.

   Y amor que de placer nos estremece,
Que entre sus labios húmedos, risueña
La flor de la esperanza nos ofrece,

   Sólo en ver nuestras lágrimas se empeña,
Y sólo en nuestro espíritu derrama
Dulce felicidad, cuando se sueña.

   Felicidad, felicidad se llama
Cuanto en la amarga vida satisface
La ambición o el placer que nos inflama.

   La dicha muere cuando apenas nace;
Es ráfaga de luz tan pasajera,
Que en el punto que brilla se deshace.

   Es deseo no más, sombra o quimera;
Y en la sed de vivir que nos devora,
Solo es felicidad la que se espera.

   Antes que llegue, el corazón la llora,
Y es esencia a la vez tan exquisita,
Que llega, se respira y se evapora.

   Así nuestra ansiedad nos precipita:
Si el mundo es un edén lleno de flores,
Cada flor que se toca se marchita.

   Huyó la Primavera, y sus colores
El valle pierde, y su verdor el llano
A los rayos del sol abrasadores,

   Y las sedientas brisas del Verano,
Buscando el agua de la fuente umbría,
Con desmayado afán vuelan en vano.

   Con desmayado afán mi fantasía
Busca también sus ilusiones bellas,
Manantial de mi amor y mi alegría.

   Ni el rastro azul de sus tranquilas huellas
El alma ve, que para siempre huyeron.
¡Cuán triste debe ser morir sin ellas!

   Como sombra fugaz se deshicieron;
Siempre serán del corazón lloradas:
¡Tan dulces eran y tan breves fueron!

   Prendas hermosas por mi bien halladas,
Fuentes de amor y celestial tesoro,
Para mi mal tan pronto disipadas;

   Estas escasas lágrimas que lloro,
Son en fe de mi eterna despedida:
Huyó mi ensueño de jazmín y de oro;
Murió la primavera de mi vida.

autógrafo

José Selgas y Carrasco


«El estío» (1853)

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