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A LA NIÑA QUE HUÍA EN EL BOSQUE

Yo te iba siguiendo, silueta clara y fina,
en tu carrera loca, en tu fuga hacia el viento.
El viento en tu camino y en tu falda azulina,
yo te iba siguiendo, yo seguía tu huella,
yo seguía tus pasos de pluma, yo seguía
tu caprichoso y grácil huir de golondrina.

Por bosques y por montes yo te seguía, estrella,
oh mariposa rosa, junco de mis orillas;
yo te seguía, clara fuente de maravilla
y era blanca tu sombra y era de oro tu huella
por los siete caminos donde seguí tu estrella.

Qué amapola más roja llevada por el viento.
Oh qué caña más fina, que columpio más fácil.
Ibas tú como el humo voluble del incienso
e ibas como los hilos finos de la glicina
engarzando tu nimbo matinal en el viento.

Y con qué vivo empeño yo seguía tus pasos,
catarata de luces, volantín en el cielo.
La hojarasca mezquina me negaba tu rastro,
y tú huyendo, huyendo, por rutas de colores,
huyendo, huyendo, huyendo por las rutas más altas
sin que te aprisionaran los garfios de las flores
ni la oscura cisterna te albergara en su vaso.

autógrafo

Juvencio Valle


«Tratado del bosque» (1932)

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