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BOSQUE

¿Con qué llave de cábala han de abrirse tus arcas?
¿Con qué piedra de gracia he de golpearme el pecho
para que al fin se me abran como flores tus puertas?
¡Oh majestuoso duende de la barba florida!

Aquí estoy de aventuras, pero nada he resuelto.
Tantos signos me mienten. La centella, la aurora;
mis pasiones tan vivas, el diablo del Iaberinto
y esta duda de afuera como piedra y esfinge.

Aquí estoy de aventuras, pero nada poseo.
Ni el caballo que tiene la herradura de vidrio,
ni la cota de mallas para cambiar de cara,
ni la espada que canta como un lirio en el aire.

¿Cuál será la medida de tu sésamo ábrete?
¿Cuál la cisterna húmeda, pura como una polca?

Ya, comadre cigueña, baje del campanario,
eche su cuello al viento, baraje como una mula.
Calzado con mis virtuosas espuelitas de cobre,
corta se nos haría la estación de la luna.

Y, linda princesa mía, cómo estarás llorando
porque tu estrella triste se tumbó a la deriva.
Mas yo seré el que conquiste tu castillo de naipes,
el que te signe el pecho con su rama de olivo.

Y pobre del dragón verde que está echado en el césped
gozándose en la doliente procesión de tus lágrimas.
Yo le haré que se oville como un perro de lana
hasta lamer el polvo de oro de tus sandalias.

Aquí estoy, de aventuras, y está todo resuelto.
Yo seguiré mi norte, camino de la leyenda,
hasta que un sabio golpe de mi hacha de viaje
me haga llegar a siete estados bajo la tierra.

autógrafo

Juvencio Valle


«Tratado del bosque» (1932)

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