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EL CRISTO... ES EL HOMBRE

¿Y si el Hombre, no Dios, se llamase Jesucristo?...
¿Si la sangre del Hombre... fuese la sangre divina del
Sol... la esencia luminosa de los astros?
¿Si con su sangre el Hombre pudiese salvar y redimir
a los Dioses?
Estoy preguntando... ¿No puedo yo preguntar?
¿No han arrojado sobre mí todas las sombras?...
Y ¿no puedo yo levantar todas las preguntas?
Y... ¿si hubiese dos clases de hombres?
Y... ¿si hubiese dos Españas, por ejemplo?
¿La España del poeta doméstico y retórico... y la
España del poeta prometeico, heroico y revolucionario?...
¿La España de las formas que se desgastan y la de las
esencias eternas?
¿La de las formas que se mueren y la de las esencias
que comienzan a organizarse de nuevo?...
Y afirmo, ya no pregunto:
En la España de las formas desgastadas
están los símbolos obliterados...
los ritos sin sentido...
los uniformes inflados
las medallas sin leyenda
los hombres huecos
los cuerpos de serrín
el poeta doméstico y retórico,
la exégesis farisaica,
el verso vano
y la oración muerta que van contando las avellanas horadadas de los rosarios.
Dios, la fuerza original y creadora, se ha ido de este
mundo y todo se ha quedado sin sustancia.
En la España de las esencias que quieren organizarse
de nuevo
están las ráfagas primeras que mueven las entrañas de
la tierra,
los huracanes incontrolables que sacuden la sustancia
dormida,
la sustancia prístina de que está hecho el árbol y el
cuerpo del hombre.
Y están también los terremotos que rompen la tierra,
desgarran la carne
y desbordan los ríos y las arterias de nuestra anatomía
para dar salida al espíritu encadenado
y mostrarle su camino hacia la renovación y hacia la Luz.

Ésta es la España de los héroes. La España prometeica,
la España en que todo se deforma y se revuelve:
las exégesis se cambian del revés,
los presagios de los grandes poetas se hacen realidad.
Prometeo se liberta,
aparecen nuevos cristos...
y las viejas parábolas evangélicas se escapan
de la ingenua retórica de los versículos para venir a mover
y a organizar nuestra vida.
Ahí están,
ahí están en el aire todavía, temblando de emoción,
cruzando los cielos desde hace veinte siglos, en la
curva evangélica de una parábola poética,
estas palabras revolucionarias,
estas palabras prometeicas:
"Es más fácil que pase un camello por el ojo de una
aguja, que entre un rico en el reino de los cielos."
Esta parábola originó nuestra lucha, nuestra guerra,
nuestra revolución hace diez años...
Porque frente al poeta doméstico que venía diciendo
que estas palabras evangélicas no eran más que
retórica... una manera retórica de hablar, se levantó el poeta prometeico
el hombre heroico y revolucionario que dijo: No hay retórica.
El verbo lírico de Cristo y de todos los grandes poetas del mundo no es retórica.
Es un índice luminoso que nos invita a la acción y al heroísmo.
Y esta parábola del camello y de la aguja, del pobre y del rico
tiene un sentido que desentrañado y realizado,
puede llenar, si no de alegría ... de dignidad la vida del hombre.

Y esa es la exégesis heroica,
la exégesis prometeica, la exégesis revolucionaria. Escuchad:
Hay que salvar al rico, hay que salvarle de la dictadura
de su riqueza,
porque debajo de su riqueza hay un hombre que tiene
que entrar en el reino de los cielos,
en el reino de los héroes.
Pero también hay que salvar al pobre
porque debajo de la tiranía de su pobreza hay otro hombre
que ha nacido para héroe también.
Hay que salvar al rico y al pobre ...
Hay que matar al rico y al pobre, para que nazca el
Hombre.
El Hombre, el Hombre es lo que importa.
Ni el rico
ni el pobre importan nada...
Ni el proletario
ni el diplomático
ni el industrial
ni el arzobispo
ni el comerciante
ni el soldado
ni el artista
ni el poeta en su sentido ordinario y doméstico
importan nada.
Nuestro oficio no es nuestro Destino.

"No hay otro oficio ni empleo que aquel que enseña
al hombre a ser un Hombre".
El Hombre es lo que importa.
El Hombre ahí,
desnudo bajo la noche y frente al misterio,
con su tragedia a cuestas,
con su verdadera tragedia,
con su única tragedia...
la que surge, la que se alza cuando preguntamos,
cuando gritamos en el viento.
¿Quién soy yo?
Y el viento no responde... Y no responde nadie.
¿Quién es el Hombre?...

Tal vez sea Cristo...
Por que el Cristo no ha muerto...
Y el Cristo no es el Rey, como quieren los cristeros
y los católicos políticos y tramposos...
El Cristo es ‚el Hombre...
La sangre del Hombre...
de cualquier Hombre.
Esto lo afirmo. No lo pregunto.
¿No puedo yo afirmar?...

autógrafo

León Felipe


«Nueva antología rota» (1974)

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