II
Si las historias de la piel ocultan
una intuición oscura en sus inicios,
si tuve acorazado
el corazón que tengo,
la fábrica de olvidos que conmigo trabaja,
nada fue tan extraño
como verte y saber que me esperabas,
dispersa, bellamente, en deuda con el viento.
Y sin embargo, a veces, yo recuerdo...
antes de conocerte comprendía
la sensación de estar frente a tus ojos,
porque habías llegado
anterior a tí misma,
desde la incertidumbre y la memoria,
evocándome un gesto,
un antiguo desorden,
ese privilegiado vasallaje
que el deseo nos pide sobre el tiempo.
En la primera timidez del año,
junto a promesas frías y mañanas inútiles
para cambiar de vida,
regresaban del viento mis sueños con tu pelo,
buscando la manera de sentirse
otra vez en un hombro, sostenidos
por un calor ajeno a su propio silencio.
Fue como si aprendiese
que la ciudad no existe debajo de la nieve,
que las manos se rozan y piensan en crearla,
en descubrir antenas
y tejados,
en inventar la espera de los árboles,
los distritos postales donde muere
la bruma, según dicen,
el humo de los pechos espantosos,
la infinita distancia de sus nombres.
Y sin embargo, a veces, yo recuerdo
una herida de luz
anterior a sí misma,
por la pared de pronto, por los ojos,
evocándome un gesto,
un futuro desorden...
Luis García Montero