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HUÉSPED CAÍDO

Después de aquel aliento de sagrada neblina,
después de aquel gran soplo;
se veían los duendes fabricando las cosas.

Luego,
comenzaron los gritos a tener su tamaño.
Pero el pensamiento todavía
era un pájaro virgen que buscaba
dónde ser habitante de la tierra;
y se posó en aquello...
en el árbol que huye de la tierra hacia ella,
en el más hondo e inquieto de los árboles:
en el árbol ardiendo de la sangre.

Después... —¡oh cáscara del viento!—,
ven a oír este ruido, este fruto sonoro,
esta palabra líquida que corre como un látigo
pegándose a sí mismo, rabioso de su encierro.

Ven,
ven a oír este insomnio en su oficio más puro,
este temblor que canta.

Ven.
Oye la sangre,
que la sangre piensa.

autógrafo

Manuel del Cabral


«Los huéspedes secretos» (1951)

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