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UNA CARTA PARA WHITMAN

Viejo Whitman
ya sé que todavía no lo sabes... pero lo irás sabiendo
con los muertos que van como raíces
creciendo para abajo
hacia el ilustre nido de tus barbas que ahora
no descansan con águilas profundas...

Ellos te contarán que desde tu país
nos enviaron fusiles comerciantes,
fusiles con negocios de difuntos,
fusiles que vinieron
a cambiar por cadáveres, bananas,
a cotizar con balas los ingenios;
fusiles que vinieron
a ponerle zapatos al orgullo descalzo,
fusiles que vinieron
a meter sin permiso en unas botas
todo el aire del pueblo.

Viejo Whitman, como yo sé que estás despierto,
voy a hablarte estas cosas por teléfono...
Hoy, prohibieron que en el cine
los muchachos de América vean en la pantalla
mi pequeño país
socio de otros países grandulones,
porque todos, casi todos,
diecinueve mellizos y un Gigante,
lo dejaron pudrirse, lo dejaron
perfectamente solo, trágicamente solo.

Los parientes
tienen aún el mismo, el viejo miedo,
el pequeñito miedo
a perder tres centavos de repunte en Manhattan,
el miedo a que les niegue su limosna el Gigante.

Viejo Whitman, ya Simón nos lo dijo: «todos...
tenemos que juntarnos». Porque los que gobiernan
tienen negocios que no tienen patria...
Se quitan de los dedos la honradez
como si se quitaran un anillo de cobre...

Ya ves, Libertador, Whitman del fuego...
Estos no son... no son los tuyos,
los que venden tu espada por lo que pesa el hierro.
Los que lustran tus botas con saliva adulona.
Los que dicen:
hoy mi mano está triste, no ha robado...
Ya ves, limpio soldado,
lo demás es lo tuyo... la América dormida...
Donde no se negocia con las alas de Whitman.

autógrafo

Manuel del Cabral


«La isla ofendida» (1965)

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