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HOTEL EMBAJADOR

El Mar Caribe, a veces, protesta con ciclones
de estas puertas del ocio... desde donde Trujillo,
por una coma que cambió de sitio
el dedo manso del linotipista,
ordenó por teléfono:
«Cierren el diario. Vigílenlo... Encierren al culpable,
pero no lo torturen... es amigo...»

Sin embargo, yo creo, que allí también se piensa...
Pues hay unos señores que vinieron sellados
con un negocio extraño: legalizar el crimen...
Si no fuese tan sucia,
la ocurrencia sería un buen negocio...
porque en este país,
a pesar de la guerra,
son más los que mueren
de hambre
que de bala.

Pero también allí, donde no hay hambre,
donde es un hijo el pobre,
a sus habitaciones, tal como esos señores,
llegaron prostitutas; su silencio felino
hablaba con crujidos: la cama es esperanto.

¿Vigilarlas?
¿Espías?
Saben como los buitres dónde está la carroña,
a distancia olfatean carnívoras su víctima;
y llegaron
de todos los rincones de la tierra;
los huéspedes extraños
saben pagar muy bien el negocio del beso,
el intercambio genital no es cosa
parecida al amor bajo las balas,
pero juntaban en un beso todas
las lejanías de la geografía,
eran siempre turistas cuando andaban
los rincones también del cuerpo humano.

Sólo un sitio no pudo ser besado con sueldo:
allí donde respira como un pájaro el pecho,
allí donde el soldado
saca al sol su sonrisa como un rifle
para limpiar con ella la mañana del pueblo.

autógrafo

Manuel del Cabral


«La isla ofendida» (1965)

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