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II
CORONA

Como en el cielo de la noche el trecho
del aureo camino de Santiago
—polvo de estrellas—, va sobre tu frente
la corona de espinas irradiante
de luz. Nuestros pecados son las púas
que hacen brillar la sombra de azabache
de tu cabeza en nimbo. Sacan chispas
de sol nuestros pecados en las sienes
del Verbo, del troquel de nuestras almas,
carne que oye, que ve, que toca y siente.
Cerca de resplandor a nuestras almas           Lucas II, 9.
de Dios la Gloria que en el seto brilla
de tu diadema, que es el solo arreo
con que te tocas, y aunque amedrentándose
préndanse de él. De tu corona aguda
te iban los peregrinos arrejaques
surcadores del cielo, las espinas
quitándote piadosos, y en su pago
los hiciste inmortales a los ojos
del pobre pueblo fiel, a quien le pían
la eternal mocedad en primavera,
del recuerdo de abuelos sonsacándole
rica esperanza de remotos nietos.
Y la fruta del árbol de la ciencia
del bien y el mal, la que ha de hacernos dioses,
su rojo jugo da entre esas espinas.
¡Oh, feliz culpa, de la ciencia madre
—la ciencia no es sino remordimiento—
fuente de redención, culpa fecunda
tú hiciste el Verbo carne, esto es: conciencia,
carne que toca y siente, que oye y ve!

autógrafo
Miguel de Unamuno


«El Cristo de Velázquez» (1920)
Tercera parte


inglés Translation by Armand F. Baker

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