Mi corazón, un campo de batalla
intacto de matanza y de pillaje.
Inmune por completo al desencaje
de sus miembros. Inmune a la metralla.
Tu corazón, un saco de quincalla
impermeable a la lluvia del paraje.
Un sépalo abrasado en su blindaje.
Mis vísceras espinas de morralla.
Las válvulas latiendo al alimón
—torpezas y crueldades siamesas—
se agrietaron de tercas e infundibles.
Cuándo por fin a fieras tan ilesas,
o amalgama de cables y fusibles,
regresarán las fresas en sazón.
Íñigo Ongay