LOS IMPOSIBLES ME LAMEN LAS MANOS
Tus nuncas de ojos cantando sonidos verdes
en imposibles conjugaciones de llamaradas blancas con negros alquitranes,
en jamases cuadraturas de círculos de amor,
liban los enjambres que anhelan la flor de tus hombros.
No me rescatarán a tus aceites aromáticos sobre inquietos aguajes
y sin embargo este trazo azul que a través de mis rejas me florece tus noches
se curva por los pétalos de tu pilón de mármoles flexibles
como la sonrisa de una vela en las esculturas transeúntes del viento.
A veces me acechas con tus rejos buidos desde un fondo de rocas sumergidas
o desde una cota artillada que bate un vórtice de alambres
o desde la pedrada caliente de mí mismo
o desde cualquier migaja de los sueños que me conviven
como mieles y sales en la gruta oxigenada de un topacio.
Pero hay un duro cristal que nos separa los rieles
y que sólo se unirán en el infinito de nuestras paralelas
o en los valles rebasados donde nuestros ríos
entraron uno en otro por los soportales de agua abierta.
Ríos que hoy me circulan sus abrazos,
que anudan a mi cuello sus bufandas de vidrios desenhuesados,
que bajan de la menta de tus mesetas a los cardos de mis llanuras,
que me hunden a las cavernas más hondas de mis trances vitales
buscando ese mar de olas adentro donde desembocan
deltas y alfaques de sangre, manadores de hombres que se estrujan
en los lagares y tanques dolientes de la guerra.
Pero a pesar de todos los nuncas, imposibles y jamases,
el hueco de mi brazo se acerca de puntillas
al cuerpo que te cierran llaves de ausencia,
entre un trino de esquinas que exhalan aliformes oráculos,
para resucitar el clima angélico de un terso paraíso perdido.
Pedro García Cabrera