UNA FLOR ENTRE ESCOMBROS
Esta noche te oía descender a los sótanos de mis soledades encarceladas
mientras llamabas con tu soplo de carmines a mi sueño.
Era como las ondas que besan las orillas de un estanque
mientras la piedra que las arranca baja a la intimidad del agua honda.
Me recorrías calvarios descalzos, cruces astilladas por desesperanzas,
parajes de rocas que se atormentan buscándose un zafiro en las entrañas,
obuses sin explotar, flechas encogidas de pánico,
calendarios rotos de días verdes encarnando masacres de pajaritas de papel,
todo lo que las ruinas desechan por cruelmente desolado.
Me buscabas envuelta en tu escafandra de fuegos, sin conocerme,
y me cauterizabas con tu puñal al rojo el amargo insomnio de mis fosos.
Sólo en la fauna plactónica de los sueños abstrusos
me hallarías serpiente de tu huerto, molino de tus senos,
jauría de tus solés y contestación de trompeta a tus azucenas inquiridoras.
Abajo encontrarías trozos de ti misma,
manantiales que afilan en tus muslos sus movimientos cilíndricos,
hebras de sangre que cosen el meridiano de tu cintura a una palmera,
jaguares que te suspiran con el ritmo pendular de un reloj,
tu voz, hecha un anillo en tus pestañas,
tu jarra de esperas en mi zócalo de mar bosquimano
y mis montes navegando con las velas de tu paladar de almendra tostada.
Pero ahora me llaman los cohetes de señales como caminantes huidos,
la lluvia repiqueante de las ametralladoras,
la tirante aspiración anestésica de los hospitales
y el golpeteo de las. sienes en el tamboril casquete de mi cielo.
Y acaso no vuelva a tener tiempo de pensar que sonríes
a la rosa que te florece y que mirándote se perfuma.
Pedro García Cabrera