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A LA MAR FUI POR MIS AMIGOS AHOGADOS

A Juan Cas y Conchita,
en Santa Cruz de Tenerife.

A toda mar sin nombre,
a la que aún no tiene un pedazo de playa
en donde descalzarse la distancia y la ola;
a esa que la luna jamás tendió un puente levadizo
reuniéndole en dos la soledad y la frente;
a la que no ha visto trinar un pájaro en un cuerpo desnudo,
ni ha podido llevarse a la boca la hoja de trébol de un vela,
ní probar un amor con briznas de pimienta y trocitos de hielo;
a esa mar sin destino,
mar de espejo sin nadie,
que no puede celebrar cumpleaños,
ni acudir a una cita,
ni nacer ni morir ni desvivirse,
ni estrechar una isla de ternura;
a esa mar sin dolor,
sin rúbrica de llanto,
aunque vea relampaguear mi pena en su sal y su espuma,
¡cómo voy a pedirle que me devuelva mis amigos
si no entiende el lenguaje de naranjas
de lo que siempre espero!
¡Cómo me devolvería el cálor que llenaba
la verdad de sus manos,
sus ojos
que ordenaban la luz en la ciudad de sus rostros,
sus muslos de arena caliente,
sus bosques acorralados de esperanza!
¡Cómo podrás traérmelo a los trigos de los graneros,
a los nidos desesperados de ausencia,
al mensaje que tienden las hierbas a las nubes,
si tú, mar del olvido a ciegas,
mar del mundo al revés,
mar sin tiempo ni infancia,
no has querido siquiera guardar unos minutos de silencio,
cerrando los ojos de liebre de tus rumores,
en memoria de las caracolas que retumbaban en sus sienes,
en memoria de los buenos días de sus pájaros,
en memoria de un clamor de puñales por la espalda!
Mas a ti sola debo de pedírtelos.
En ti la vida se arrastró,
salió del seno de las algas,
casi nocturna aún de tanta hondura,
con su alma de molusco y sus antenas de vapor de concha,
con su cabeza de cerilla
deletreando núbiles tinieblas.
Si de ti vino todo lo que somos
sólo tus brazos pueden dar con ellos.
Aún somos fieles a tu rostro de agua.
Hay en nosotros tu raíz,
nos perdura un salvaje rumor de garra y selva,
de dureza y desprecio,
de horizonte trepándose del barro;
un poco de tu arena aún nos ciega,
algo de tu rencor nos estremece,
rocas oscuras van y vienen por el fondo del alma.
Si alguna vez has de morderte el pañuelo del llanto,
si quieres quedarte con la verdad de sus sonrisas,
devuélveme su muerte al menos,
su muerte es mía y no te pertenece.
Quiero tenerla junto a mí,
vivirla con mis gestos,
apedrearla con mis manos,
que se me vea tras la frente,
que endurezca mis huesos,
que me la escuchen pidiendo limosna por los caminos,
apagando la sed,
colgándose al cuello de una muchacha,
abriéndose de amor por playas y azoteas,
muriéndose de angustia como un hombre en la calle.
Sí, devuélveme sus muertes.
Quiero subirlas a mis hombros,
ponerlas en los anuncios de los cines,
mostrarlas a los vendavales y a las rocas,
a los pastores y los marineros,
a los beriles y las hogueras,
a las calandrias y a los amigos.

Con la mano en la mar así lo espero.

autógrafo

Pedro García Cabrera


«La esperanza me mantiene» (1959)

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