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CANTO DEL MACHO ANCIANO
(Fragmento 3)

Entiendo el infierno universal, y como no estoy viviendo
    en el techo del cielo, me ofende personalmente la agresión
    arcangélica de la Iglesia y el Estado,
el “nido de ratas”, y la clínica metafísica de “el arte por el arte”...

Las batallas ganadas son heridas marchitas, pétalos
de una gran rosa sangrienta,
por lo tanto combato de acuerdo con mi condición de insurgente,
    dando al pueblo voz y estilo...

A la agonía de la burguesía, le corresponde esta gran protesta
    social de la poesía revolucionaria, y los ímpetus
    dionisíacos tronchados o como bramando
por la victoria universal del comunismo,
o relampagueando a la manera de una gran espada o cantando
    como el pan de casa modesta
emergen de la sociedad en desintegración que reflejo
en acusaciones públicas, levantadas como barricadas en las
    encrucijadas del arte;
mis poemas son banderas y ametralladoras,
salen del hambre nacional hacia la entraña de la explotación humana,
y como rebota en Latinoamérica
el impacto mundial de la infinita energía socialista que asoma
en las auroras del proletariado rugiente,
saludo desde adentro del anochecido la calandria madrugadora;
y aunque me atore de adioses que son espigas y vendimias
    de otoños muy maduros,
el levantamiento general de las colonias, los azotados y los fusilados
    de la tierra encima del ocaso de los explotadores
    y la caída de la esclavitud contra los propios escombros
    de sus verdugos,
una gran euforia auroral satura mis padecimientos
y resuena la trompeta de la victoria en los quillayes y los maitenes
    del licantenino...

Indiscutiblemente soy pueblo ardiendo,
entraña de roto y huaso, y la masa humana me duele, me arde, me ruge
en la médula envejecida como montura de inquilino de Mataquito,
por eso comprendo al proletariado no como pingajo de oportunidades
        bárbaras,
sino como hijo y padre de esa gran fuerza concreta de todos los pueblos,
que empuja la historia con sudor heroico y terrible
sacando del arcano universal la felicidad del hombre, sacando
    del andrajo espigas y panales...

Tranqueo los pueblos rugiendo libros, sudando libros,
    mordiendo libros y terrores
contra el régimen que asesina niños, mujeres, viejos con macabro
    trabajo esclavo, arrinconando en su ataúd
a la pequeña madre obrera en la flor de su ternura,
ando y hablo entre mártires tristes y héroes de la espoliación, sacando
    mi clarinada a la vanguardia de las épocas, oscura e imprecatoria
de adentro del espanto local que levanta su muralla de puñales y de fusiles...

adiós! ... cae la noche herida en todo lo eterno por los balazos del sol
    decapitado que se derrumba gritando cielo abajo...

autógrafo

Pablo de Rokha


«Acero de invierno» (1961);

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