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CANTO DEL MACHO ANCIANO
(Fragmento 2)

      Viviendo del recuerdo, amamantándome
del recuerdo, el recuerdo me envuelve y al retornar
          a la gran soledad de la adolescencia,
padre y abuelo, padre de innumerables familias,
raguño los rescoldos, y la ceniza helada agranda
          la desesperación
en la que todos están muertos entre muertos,
y la más amada de las mujeres, retumba en
          la tumba de truenos y héroes
labrada con palancas universales o como bramando.

      ¿En qué bosques de fusiles nos esconderemos
          de aquestos pellejos ardiendo?
porque es terrible el seguirse a sí mismo cuando
          lo hicimos todo, lo quisimos todo,
          lo pudimos todo y se nos quebraron
          las manos,
las manos y los dientes mordiendo hierro con
          fuego;
y ahora como se desciende terriblemente de
          lo cuotidiano a lo infinito, ataúd por ataúd,
desbarrancándonos como peñascos o como caballos
      mundo abajo,
vamos con extraños, paso a paso y tranco a tranco
          midiendo el derrumbamiento general,
calculándolo, a la sordina,
y de ahí entonces la prudencia que es la derrota
          de la ancianidad;
vacías restan las botellas,
gastados los zapatos y desaparecidos los amigos
          más queridos, nuestro viejo tiempo, la época
y tú, Winétt, colosal e inexorable.

      Todas las cosas van siguiendo mis pisadas
          ladrando desesperadamente,
como un acompañamiento fúnebre, mordiendo
          el siniestro funeral del mundo, como
          el entierro nacional
de las edades, y yo voy muerto andando.
          Infinitamente cansado, desengañado, errado,
con la sensación categórica de haberme equivocado
          en lo ejecutado o desperdiciado
          o abandonado o atropellado al avatar del
          destino
en la inutilidad de existir y su gran carrera
          despedazada;
comprendo y admiro a los líderes,
pero soy el coordinador de la angustia del universo,
          el suicida que apostó su destino a la baraja
de la expresionalidad y lo ganó perdiendo
          el derecho a perderlo,
el hombre que rompe su época y arrasándola, le da
          categoría y régimen,
pero queda hecho pedazos y a la expectativa;
rompiente de jubilaciones, ariete y símbolo
          de piedra,
anhelo ya la antigua plaza de provincia
y la discusión con los pájaros, el vagabundaje y
          la retreta apolillada en los extramuros.

      Está lloviendo, está lloviendo, está lloviendo,
¡ojalá siempre esté lloviendo, esté lloviendo
          siempre y el vendaval desenfrenado que
          yo soy íntegro, se asocie
a la personalidad popular del huracán!

      A la manera de la estación de ferrocarriles,
mi situación está poblada de adioses y de ausencia,
          una gran lágrima enfurecida
derrama tiempo con sueño y águilas tristes;
cae la tarde en la literatura y no hicimos lo que
          pudimos,
cuando hicimos lo que quisimos con nuestro pellejo.

      El aventurero de los oceános deshabitados,
el descubridor, el conquistador, el gobernador
          de naciones y el fundador de ciudades
          tentaculares,
como un gran capitán frustrado,
rememorando lo soñado como errado y vil
          o trocando en el escarnio celestial del
          vocabulario
espadas por poemas, entregó la cuchilla rota del
          canto
al soñador que arrastraría adentro del pecho
      universal muerto, el cadáver de un conductor
      de pueblos,
con un bastón de mariscal tronchado y echando
llamas.

El "borracho, bestial, lascivo e iconoclasta"
como el cíclope de Eurípides, queriendo y muriendo de amor, arrasándola
          a la amada en temporal de besos,
es ya nada ahora más que un león herido y mordido de cóndores.

Caduco en "la República asesinada"
y como el dolor nacional es mío, el dolor popular me horada la palabra,
          desgarrándome,
como si todos los niños hambrientos de Chile fueran mis parientes;
el trágico y el dionisíaco naufragan en este enorme atado de lujuria en angustia,
          y la acometida agonal
se estrella la cabeza en las murallas enarboladas de sol caído,
trompetas botadas, botellas quebradas, banderas ajadas, ensangrentadas por el
          martirio del trabajo mal pagado;
escucho la muerte roncando por debajo del mundo
a la manera de las culebras, a la manera de las escopetas apuntándonos a la
          cabeza, a la manera
de Dios, que no existió nunca.

autógrafo

Pablo de Rokha


«Acero de invierno» (1961);

Voz: Andrea Cotes Rueda Voz: Pablo de Rokha

Voz: Pablo de Rokha + Ocho Bolas Voz: Pablo de Rokha. Música: Ocho Bolas


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