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DIÁLOGOS CON LOS HOMBRES MÁS HONRADOS

«Tal vez, bajo otro cielo, la vida nos sonría».
Hombre ingenuo. Porfirio con cara de caballo,
¿no alcanzas a saber
que a vida no tiene ni aquí ni antes
ni después ni sonrisa?

«Es tan corto el amor y es tan largo el olvido».
Ay, Neruda, Neruda.
¿Con qué vara mediste lo continuo?
Qué espesor de cabello te sirvió de frontera?

Porque un río cambia el nombre
según el territorio que atraviesa
pero es siempre agua
—en la aridez y en el verdor—, impulso
hacia adelante, fuga, estruendo, vórtice
remanso, pero siempre agua, agua
y, por fin, el encuentro con el mar.

Un milagro: «Alcanzar
no lo que habías pedido
sino lo que te dan».
Porque hay entre el tiempo
de pedir y el de dar
un tiempo verdadero:
el de cambiar.

«Me quiero despedir de tanta pena»
igual que tú, Miguel, pero soy mexicana
y en mi país tenemos ritos, costumbres, modos.

Si la pena me dice que se va, me desvivo
por ser hospitalaria.
¿Se le ofrece un café? ¿Una copita?
Que se quede otro rato.
Aún no es tarde y afuera hace mal tiempo
y hay tanto de qué hablar todavía. Hablaremos.

Alguna vez se va a poner de pie,
a pesar de mis súplicas,
y llegamos juntas a la puerta
y la abriremos y, a los cuatro vientos,
como aquí suele hacerse, seguiremos charlando.

Y temo que mi adiós —si es que hay adiós—
se confunda con una bienvenida:
la que preparo ya para la muerte.

«¿Cómo era, Dios mío, cómo era?»
¿Cómo era quién, don Juan Ramón? ¿O qué?

«Aré en el mar».
Simón, ¿hay otra parte
en que es posible o necesario arar?

«Ayer naciste y morirás mañana».
¡Dios mío! ¿Y mientras tanto?

«Reconocer que el otro existe, ya es amar».
Santa y sabia Simona ¿qué sería
reconocer primero y después aceptar?

El libro de los muertos dice del que se salva
que no causó temor nunca y a nadie.

Y el portador del Libro, en su viaje, no encuentra
a ningún dios, a ningún héroe, a un genio
ni a ningún animal, ni siquiera a una planta.
Encuentra sólo soledad y tiembla
de miedo y con su miedo se empavorece el mundo
recuperando así su ingrediente esencial.

«Soy un harem y un hospital
colgados juntos de un ensueño».

Ramón, por tu virtud única de poeta
—que fue la de sentirte desollado—
machihembraste en un verso nuestra raza,
nuestra historia y los días que vivimos:
pródigo de sí el macho y la hembra vergonzante
de su sexo. Meciéndose los dos
como se mece el péndulo
entre el placer culpable y la culpa sin placer,
extremos ambos, polos de un ámbito vacío
al que, cuando soñamos, le decimos amor
mas si admite su nombre verdadero
se llama soledad.

autógrafo

Rosario Castellanos


«En la tierra de enmedio» (1972)

Voz: Rosario Castellanos Voz: Rosario Castellanos


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