LA MUERTE DE LAS FLORES
(The death of flowers, de Bryant)
Llegaron los momentos,
Los funerales lúgubres del año,
Con sus flébiles vientos.
Desnudos bosques y marchitos prados,
De otoño el atavío
Roto, arrumbado en las honduras yace.
Crujiendo al cierzo impío
del conejo al paso recelante.
Huyeron a otro clima
El reyezuelo, el petirrojo, el rayo;
Y hoy desde su alta cima
Grazna sin descansar el cuervo ingrato.
¿En dónde están aquellas
Flores que ayer brotaron rozagantes,
Coro de hermanas bellas
Hijas ¡ay! de otra luz y de otros aires?
No en tálamo de amores
Sino en humilde tumba solitaria.
Con tantas otras flores
¡Lindas y buenas que también nos faltan!
En vano el inclemente
Noviembre llora en su sepulcro: es tarde.
No hará que nuevamente
De la lóbrega tierra se levanten.
Tiempo ha sobre su fosa
La anémona y violeta se doblaron;
Y orquídea y zarzarrosa
En su ancha hoguera consumió el verano.
Mas cual dorada ondina
Junto al torrente el girasol brillaba,
Y la áurea en su colina,
Y entre el bosque de otoñóla estelaria.
Hasta un hermoso día
En que, cual plaga que a los hombres barre,
Mató la helada impía
La postrera sonrisa de los valles.
Ora aunque el sol se aleja
Aún lucen días de expansión, de calma,
Y la ardilla, la abeja
Dejan su hogar de invierno y se solazan.
Entonces oigo al suelo
Caer las nueces sin moverse un árbol,
Y veo al riachuelo
Entre luz calinosa relumbrando.
Inquieto el austro gira
En busca de sus flores aromadas,
Y con dolor suspira
En la selva, en la fuente, al no encontrarlas.
Yo también pienso en una,
Flor de gracia y blandura, que a mi lado
Creció desde la cuna
Y en su virgen frescor murió en mis brazos,
De la hoja a la caída
La depusimos en su angosta cárcel,
¡Llorando ay! que la vida
De tan preciosa flor fuese un instante,
Mas tal era la estrella
De esa criatura inofensiva y casta,
Entre las flores bella
Y a morir con las flores destinada.
Rafael Pombo