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A UN CÉLEBRE ESCRITOR ROMÁNTICO

Bien, o Bautista, tu palabra ardiente,
Filo leal de gigantesca idea,
De la caduca sociedad la fírente
            Provoca a la pelea.

Bien la rugiente sirte del delito
Sus espumosos copos atropella,
Y vomita en su hervor genio maldito
            Que a los humanos huella.

Te alzaste tú — y, en fuerzas desiguales,
Lucháis por conmover el firmamento,
Él, con choque de ímpetus brutales,
            Tú, con el pensamiento.

Es la veraz razón tu acero solo,
No puñal embotado de un sistema;
La dicha de los hombres es tu polo,
            La humanidad, tu lema.

Bien, cuando el mundo, en su arrebato, vea,
En los remotos siglos, venerada
La sombra bienhechora de su idea,
            En mármoles grabada;

Comprenderá tus cantos de profeta,
Sublime vaticinio de ventura,
A que hoy la tierra, en la pasión sujeta,
            Da el nombre de locura.

Santa locura que despierta al hombre
Que hoy cual cadáver arrastrar se mira,
Y cambia en realidad un vago nombre
            Que por vivir suspira.

Escabel son los mundos de la planta
Del Dios que mora donde nadie mora;
En la cúspide inmensa el hombre canta,
            Pero en las grietas llora.

Lágrimas son los mares de un gigante
Que el aquilón bramando arremolina;
Su asiento las montañas de diamante
            Que solo el sol domina.

Bien de paternidad idea noble
Del hombre acoja próvida razón;
Mas riego ha menester robusto el roble
            Que no sucio turbión.

Crece a la orilla de suave río
Frondoso el sauce que sus ramos tiende,
Y al margen destructor del mar bravío
            Su raíz nunca prende.

Así, en las almas, la ilusión risueña,
Si aquellas nobles, virginal halaga
Y hasta su error vivificante enseña
            Que incierto el mundo vaga.

Cuando tus trinos ondulantes giran,
Cual en su cárcel perlas del Ofir,
Las virtudes en ti nobles suspiran,
            Cantor del porvenir.

Que en el secreto de la virgen alma
Un grito noble misterioso gime,
Y maldice tal vez la aleve calma
            Que un cuerpo vil le imprime.

Mas y la ilusión no es fin, que es solo medio.
No es ella el bien que el hombre necesita,
Pero, de sus pesares es remedio
            Que el goce facilita.

Cuando la ardiente juventud nos baña,
Y es cada poro un conductor de gloria,
A sí mismo, si engaña, el hombre engaña
            En red de su memoria.

Solo el impuro corazón bastardo
El tronco seca de ilusión frondosa,
Y al través muestra de la virgen alma
            La purpurina rosa.

Que hasta húmeda el alga de los mares
Tendida ya sobre la arena seca,
De hebras enjutas en revueltos pares
            Sus blandas hojas trueca.

Cuando vacilen los caducos años
Al filo humanitario de exterminio,
Y los hombres de ser cesen rebaños
            De tirano dominio:

Cuando plantado el árbol sacrosanto
De virtud y nobleza el hombre vea,
Serán ecos, Bautista, de su canto
            Los ecos de su idea.

Que es la veraz razón tu acero solo,
No puñal embotado de un sistema,
La dicha de los hombres es tu polo y
            La humanidad, tu lema.



Jacinto de Salas y Quiroga


Jacinto de Salas y Quiroga

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