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EL DERRUMBAMIENTO
SEGUNDA PARTE
II
AMOR DE FIERA

¡Qué raro sueño fue! La virgen pura
soñó que, en medio de la selva obscura,
hórrida fiera le detuvo el paso
y le dijo su amor: sería acaso
el Mal perseguidor de la Hermosura.

Ceñido el Sol de púrpura y topacio
consumía las nubes en sus flamas;
y la tarde, al fugar por el espacio,
iba desenvolviendo panoramas.

Cada árbol dominante, al brusco choque
del Sol que huía, orlábase de oro;
y entre la obscura red de la maleza,
quedaba prisionero el postrer toque
de vacilante luz, como se alcanza
a ver en la más lóbrega tristeza
la chispa de una última esperanza...

Entonces fue: la virgen soñadora,
que en su avarienta falda recogida
flores atesoraba, sorprendida
por el puma se vio. Tal una aurora
halla, a su paso anunciador de vida,
súbito nubarrón que la desdora.

¿Cómo pintar la pávida sorpresa
de la tímida virgen? Los claveles
de su rostro se helaron; y la fresa
de su boca se abrió... para dar mieles;
en sus locuaces ojos puso el miedo
un delirio de Sol; y de su falda
cayeron flores al soltar el ruedo,
cual si se destejiera una guirnalda...

El puma, que en dibujos y colores
era un mapa en la piel, por su fortuna
lecho florido hallaba. Ella era una
Primavera de carne echando flores...

La fiera habló.
                          ...La virgen una mano
abandonó a la fiera enamorada,
que lamiendo y lamiendo, ya que en vano
la quiso hipnotizar con la mirada,
hízola sacudir la pesadilla
al verse con asombro y maravilla
que tenía la mano ensangrentada...
Saltó... Púsose en pie... Rompiendo el broche
los astros en las sombras más obscuras,
allá, en las telescópicas alturas,
eran como argentífero derroche...
Ella abrió la ventana; y la cabeza
hundió, con domadora gentileza,
en la boca de lobo de la noche...
Allá, a lo lejos, la montaña bruna;
y más allá, la abrupta cordillera...
Y en tanto que a la vez y por doquiera
comulgaba la noche hostias de Luna,
la virgen miró el ciclo... y lanzó un grito,
al ver multiplicados, —que tal era
el derroche estelar en lo infinito,—
los relumbrantes ojos de la fiera...
Después...
                  Volvió a su lecho; y en su lecho,
la blonda cabellera enmarañada
era un nido de pájaros deshecho
sobre el copo de nieve de la almohada.

autógrafo

José Santos Chocano


«Alma América» (1906)

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