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EL DERRUMBAMIENTO
SEGUNDA PARTE
III
¡AL BOSQUE!

Y el sueño era verdad.
                                            Aquel salvaje,
que tras del fraile un día
abandonó las sombras del boscaje
y a la ciudad, con ansias de progreso,
fue a rendir su indomable bizarría,
sólo era un alma alrededor de un beso...
Cuando cubrió su desnudez y pudo
clavar los ojos con visible espanto
en tanta falsedad y en horror tanto
quiso el traje rasgar y huir desnudo.

¡Ay del indio infeliz!
                                    El desaliento
halló un símbolo en él...
                                        Hogar sombrío
tenía, en funeral abatimiento,
como guardián el quejumbroso río
y como solo habitador el viento:
desvencijadas puertas que el gusano
a grandes velas horadado había;
ventanas cuya hoja el aire vano,
con seco golpe, sin cesar batía;
leproso el muro; la heredad vacía;
el techo roto y el umbral cuarteado,
vestidos de flotantes telarañas...
¡Esa alma era un hogar abandonado
en medio del dolor de las montañas!

Y así cuando el salvaje
supo que aquella virgen tan hermosa
de otro era ya, que cuando el padre anciano
murió, la virgen se tornó en esposa,
que pensar en su amor era un ultraje,
¡ah! con crispada y temblorosa mano,
cual se arranca un disfraz, se arrancó el traje.
Huyó de la ciudad cual de un delito;
y fue a perderse en la vecina aldea,
en busca de la paz de lo infinito
para las tempestades de su idea.

Mas ¡ay! que al regresar a la cabaña,
lejos de la ciudad y su falsía,
iba a estrellarse en la impresión extraña
de saber que la unión de la doncella
fue bendecida en el altar cristiano
por aquel mismo fraile que en un día
le bautizó, le señaló su huella,
le mostró el rumbo del progreso humano
y fue a través de ese dolor su guía.
Ya posible no fue...
                                  Luego, tranquilo
empezó á razonar.
                                  ¿No eran extrañas
esas gentes a él?...
                                    Súbito el hilo
de razones corló. ¿Raza extranjera
se hizo dueña por qué de las montañas?
¿Qué título mayor que el de su brío
para vengar a la proscrita raza?
Y después de evocar el bosque umbrío,
contempló con pupilas de amenaza
el suelo; y exclamó:
                                    —¡Tú serás mió!—
Y allá va...
                  ¿Adonde? ¡Al bosque!
                                                            Y ya no en vano;
que, en las montañas a su empuje estrechas,
al grito que dará, tendrá en su mano
todas las tribus como un haz de flechas...
Allá va...
                Como un último derroche
de sus angustias, llora; pero el suelo
golpea y anda...
                              Y anda...
                                              Es como un vuelo.
El Sol ya ha roto su sangrienta fragua;
y de .sus paños húmedos la noche
exprime estrellas como gotas de agua...
Levanta el indio la arrugada frente
y las estrellas ve... Sobre su duelo,
la noche se extendió piadosamente
como el paño de lágrimas del cielo.

autógrafo

José Santos Chocano


«Alma América» (1906)

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