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EL DERRUMBAMIENTO
I
EL SALMO DE LAS CUMBRES

Silencio y paz.

                              El monte de agrias puntas,
que en afilar la cúspide se afana,
es un titán con las dos manos juntas
en la actitud de una oración cristiana.
Las cumbres de sinuosas inflexiones
como oleajes de horrendos cataclismos,
parecen formidables corazones
enterrados de punta en los abismos.
El alto monte que hasta el cielo crece,
de orgullos fieros y ambiciones sumas,
vertiendo agua en los cóncavos, parece
Hércules que se humilla hilando espumas...

Cual si Moisés abriera
una senda a su ejército bravío,
súbitamente la montaña entera
se parte en dos para dar paso al río
Por entre la montaña, en la espesura
protesta el río con clamor de fraguas:
límpida raya en cabellera obscura,
a veces con la red de la verdura
cubre las desnudeces de sus aguas.

Esos que, sin llorar e indiferentes,
sonríen del dolor que les arredra,
podrían ahí ver que hasta la piedra
sabe también llorar, ¡llora torrentes!

En la noche ¡oh visión la de las cumbres!
La noche bajo el ala abriga estrellas,
sombras de sombras, fugas de vislumbres,
golpes de trueno y tajos de centellas.

Ahí... sobre esa cumbre que reposa,
se ven los astros palpitar con vida,
simulando, en las sombras, la caída
de una como nevada luminosa,
pero perpetuamente suspendida.

Y hasta ahí... por las cúspides bifrontes,
con pie de acero y corazón de brasa,
irá el tren de lejanos horizontes,
que superpuestos túneles traspasa
como una aguja que cosiera montes...

autógrafo

José Santos Chocano


«Alma América» (1906)

versión versión de Alma América
versión versión de El Ateneo

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