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TESTAMENTO DE AMOR

            (En la prisión)

Por la señal del bíblico madero,
      ya que morir espero
en esta lucha desigual, me obligo,
con la diestra en el pecho colocada,
      a olvidar a mi amada
antes que perdonar a mi enemigo...

El Odio sabe amar: ama lo bueno;
      ama el fecundo seno
donde la ardiente sed su fiebre sacia;
ama el dolor que es cruz, la fe que es canto,
      el recuerdo que es llanto
y el ensueño imposible que es desgracia.

El Odio sabe amar; por eso vengo
      a ofrendar el que tengo
en los altares del Amor bendito...
Odio —así con silencio— al insolente
      y estúpido presente:
¡recibo el golpe, sin lanzar el grito!

Yo, en medio de la lucha, con asombro
      que me tocaba el hombro
una mano fantástica sentía;
y volteaba la faz, y hallaba al punto
      junto, pero muy junto,
el dulce rostro de la amada mía...

Esa eterna visión hoy me acompaña:
      mi odio es una montaña
sobre cuya alta cumbre el Sol fulgura;
y ese Sol eres tú, ¡Virgen bendita!
      ¡Virgen que de Afrodita
heredaste la clásica hermosura!...

Y hoy vas a recibir en testamento
      el postrimer aliento
de un corazón que por el tuyo late...
Muy pronto sobre mí, rasgada y floja
      batirá su ala roja
la bandera del último combate.

Yo soy el prematuro veterano;
      yo soy el pobre anciano
de veinte abriles, que por fin desmaya;
yo soy el buzo que me hundía a solas
      del Pueblo entre las olas,
que hoy arrojan un náufrago a la playa...

¡Y yo soy ese náufrago! Y yo el viejo
      astro que su reflejo
mira desvanecerse en el vacío;
yo el fosco gladiador, hoy moribundo,
      ¡quiero a la faz del mundo
dártelo todo, porque todo es mío!...

¡Mío es el Sol y mío el Oceano!
      Yo tengo entre la mano
los matadores rayos del Tonante;
y el trueno ronco de mi ardiente verso
      rueda en el Universo
como la voz de un pueblo agonizante...

¡Mío es todo: también el suave aroma;
      la cándida paloma
y la rosa inflamada; la laguna
de solemnes y eróticos desmayos;
      y los últimos rayos
—azahares deshechos— de la luna!...

Y eso es tuyo también. Copo de espuma,
      cojín de blanda pluma
es tu seno; y en él la gloria existe,
existe para mí, que en dulce anhelo,
      al morir, sobre el suelo
pondré tu nombre espiritual y triste...

Así como Pizarro con su espada
      dejó una cruz grabada,
donde un beso estampó con loco exceso,
yo con mi sangre escribiré tu nombre...
      ¡Y el poeta y el hombre
morirán a la vez con sólo un beso!

Y ese beso, después, irá sin calma
      a resonar en tu alma...
¡Ah, ya en tus labios palpitar lo miro,
lo miro palpitar cual mariposa
      encima de una rosa;
y, al no poder ser beso, ser suspiro!...

¡Oh, los orgullos póstumos que siento!
      Oír el dulce acento
de la Oración que dobla la rodilla;
lágrima ser en tu pupila luego;
      ¡y ser chispa en el fuego
que devora a la vez trono y Bastilla!

¡Ser la columna de humo en el desierto
      para el vulgo inexperto
que busca al hombre sin baldón ni tacha;
y al verlo combatir con los tiranos
      palpitar en sus manos,
prestando un hueso para mango de hacha!

¡Ah! Todo es Amor y Odio es todo eso;
      que en el último exceso
vienen Odio y Amor a ser lo mismo...
Todo el que odia lo bajo, ama la altura;
      y a un golpe de Natura
lo que cúspide fue, tórnase abismo!...

Mi amor quedará en ti: quedará en tu alma,
      cuando otra vez la calma
tras las angustias del dolor recobres;
y mi odio a los tiranos sin conciencia
      quedará como herencia
para que se reparta entre los pobres!...

Callao, subterráneos del castillo, 1894.

autógrafo

José Santos Chocano


«Iras santas» (1895)

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