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JUICIO FINAL

A Nicolás Augusto González

Hoy que las cumbres de las almas dora,
saliendo del abismo de las almas,
el primer beso de la nueva aurora;
hoy que el Pueblo despierta y resucita,
quiero vibrar las inmortales palmas,
viendo que entra la Ley ya triunfadora
en esta ideal Jerusalén bendita;
y mi canción, que antes fue tajo, ahora
que Cristo salta del sepulcro estrecho,
es la postrer palabra redentora
y es el Apocalipsis del Derecho!

Como surgió Jonás de la ballena,
surjo de la prisión, lanzando el verbo
de la Justicia a la caldeada arena,
cual paladín de un pueblo sin cadena,
de un odio santo y de un dolor acerbo.
Desatar quiero ese odio comprimido,
en mis estrofas de arrebato y pena;
porque nada me espanta ni me asombra:
en las mismas prisiones he sabido
pelear como Leónidas, a la sombra!...

Torne el insulto y emnudezca el ruego...
Lucir sobre la frente es mi esperanza
una lengua también del sacro fuego
en el Pentecostés de la Venganza;
que hundiendo al César de menguada estofa
se empinan hoy sobre el ataque ciego,
¡sobre la envidia y la rastrera mofa,
el Padre Pueblo y el poeta Hijo
y el Espíritu Santo de la Estrofa!

Si no hubiera una ley que refrenara
el furor del océano, un borde fijo
siempre en el vaso, y una misma vara
para medir a todos, cuánto y cuánto
temporal sin piedad se desatara;
y unos a otros, con furor y espanto
disputándose irían cara a cara
la momentánea posesión de un manto;
y el manto rasgaríase; y el día
acaso llegaría
en que, tras del combate, aquel que pudo
a todos imponerse ¡ay! quedaría
sin manto que lucir, también desnudo...

Fulgure el iris.
                    En verdad os digo
que no he visto —en conciencia— a mi enemigo
con el puñal de Bruto hundido al pecho,
cuando la plebe le ajustó la dura
e inflexible medida del derecho;
porque nunca los déspotas villanos
merecen recibir muerte tan pura
de unas tan nobles y tan limpias manos...

Pero en verdad os digo
que le miraba fugitivo y lejos
de esta Patria infeliz, avergonzado
de verse en mis estrofas retratado
como en claros y límpidos espejos,
creyendo ser por único castigo,
ese mismo infernal decapitado
que en los cuadros dantescos surge horrible,
y lleno de fatídica extrañeza
se halla por un impulso irresistible
¡condenado a jugar con su cabeza!

La Patria miró a un hombre que surgía...
Hablaba de Verdad, de Bien, de Gloria;
y amplio horizonte a la esperanza abría;
¡era el Ángel del Mal de nuestra historia
anunciando el albor de un falso día!
Y surgió el hombre. En ademán resuelto
lo escaló todo. ¡Y el honor lo ha visto
cruzar así como un Satán envuelto
en la divina túnica de Cristo!...

Él, que soñó ser grande y fue pequeño;
él que debió vengar la patria ofensa;
él, que hoy conoce que el poder es sueño;
él las vendas rasgó de las heridas;
y fue traición, debiendo ser defensa,
y fue Efialles, debiendo ser Leonidas!

Fue un histrión. Hoy que rueda a las ignotas
mansiones de los hondos precipicios,
le acompaña el baldón de sus derrotas:
César de teatro, que sus alas rotas
sintió al volar. ¡Pequeño hasta en sus vicios!

Cuando miró que la rebelde ola
le salpicaba con sangrienta espuma,
al romper en la playa triste y sola,
fingió un mundo de monstruos en la bruma;
y acobardose; y en la peña erguido,
como Luzbel lloró su antigua pompa,
que se desvaneciera en el olvido:..

Era el juicio final. A la llamada
de la guerrera trompa,
la justicia surgió transfigurada;
y el Pueblo —como un juez— supo tranquilo
mirar correr la sangre, y de la sangre
se salvó al fin, como Moisés del Nilo!

¡Sepan así los que en las bregas rudas
se alzan contra los déspotas que oprimen,
que hoy, como ayer, las víctimas del crimen,
desoladas, hambrientas y desnudas,
también crucificando se redimen:
—a Cristo no— crucificando a Judas!

—¡Lázaro, ven a mí!— gritaba altivo
Jesús, el buen Jesús, ante un sepulcro;
y en vez de un muerto aparecía un vivo...
Lázaro aparecía
y caminaba hacia Jesús, y luego
despertaba azorado y revivía...
¡Oh historia que pasó! ¡oh historia santa!
Hoy habla un Cristo ante las razas muertas
y el Lázaro moral no se levanta;
y a la vez ese Lázaro, arrastrado
por el delirio que en lo arcano zumba,
con rudo acento los espacios hiere,
para gritar del fondo de su tumba:
—¡Oh Cristo, ven a mí!
                                Y el Cristo muere.

Así no ha sido. El libro de la Historia
se cierra por la página de luto,
mientras la sombra del severo Bruto
Isurge entre las fatídicas alarmas...
Sacerdotes del Pueblo; ¡canten gloria!
Soldados del Ideal : ¡presenten armas!

Ved al ángel caído: se abre paso,
de espalda al sol, por la región sombría...
¡A haber muerto Caín, Abel acaso
también sobre su tumba lloraría!
Quien debió al recibir el golpe rudo
caer sobre el escudo con grandeza,
cayó con pequeñez bajo el escudo
y hacerle el Pueblo en realidad no pudo
mayor baldón: ¡dejarlo con cabeza!...

autógrafo

José Santos Chocano


«Iras santas» (1895)

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