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LA EPOPEYA DEL MORRO

I. EL CANTO DE LOS HÉROES

¿Será el Progreso un bien?
                  ¿Será un tormento?
¡Ay, más parece torcedor impío;
implacable aguijón del pensamiento,
que impulsa a caminar, como el judío,
sin tregua, sin descanso, sin aliento!

¿Hacia dónde se va? ¿Dónde la clave
que descifre el misterio de esta huida
hacia un eterno porvenir? ¿Qué mano
del inviolable arcan tiene la llave?
¿qué ojo penetra el fondo de la vida?
¿qué lengua canta el porvenir humano?
¡Ah, desbocado el lóbrego torrente
corre, corre veloz, eternamente,
sin poder encontrar el oceano!...

¡Eternidad, eternidad hermosa,
cuando es la paz que duerme y que reposa:
eternidad, eternidad sombría,
cuando sólo es la lucha fragorosa,
inacabable, de brutal porfía!

El progreso sin fin de las edades
desata en las alturas de la mente
el dolor de la negras tempestades:
la Humanidad atormentada siente
triste desdén hacia el pasado obscuro,
hastío al fin en el mejor presente
y eterna angustia por el bien futuro!...

Y en esta marcha de dolor, que empuja
al mundo, fatigado caminante,
sin rumbo fijo ni imantada aguja,
por la infecunda arena del desierto,
como el fantasma de otro mundo muerto
condenado a marchar hacia delante;
en esta variación de hombres y cosas
—hoy asombro, mañana indiferencia,—
se alzan, a las regiones luminosas,
desde la eternidad de la conciencia,
los héroes todos, de contraria suerte
y diverso ideal, como pendones
que la Vida, en sus grandes ascensiones,
clavó sobre las cumbres de la Muerte!

¡Ahí morirán las cosas y los hombres;
mas siempre, entre las vastas mortandades,
flotará en las futuras soledades
una inmortalidad: ¡la de los nombres
de los héroes de todas las edades!

En medio de la noche, en que camina
el mundo, hacia la aurora dei mañana,
cada héroe, coronando cada ruina,
es como cada antorcha que ilumina
las noches de Nerón. ¡Antorcha humana:
llamarada infernal, lumbre divina!...

El héroe, que conquista las alturas
para espaciar la fúlgida mirada
y ensanchar de la Vida el horizonte,
loco en sus sueños, sabio en sus locuras,
levanta al sol su frente castigada
por furioso huracán cual la del monte.

Cualquiera que se llame su tormento,
aunque no sea su ideal sagrado,
el héroe sí lo es: El pensamiento
es de origen divino. ¡Torpe intento,
quitarle al hombre lo que Dios le ha dado!

¡Hasta los anarquistas, que en su empeño
quieren violar el porvenir oculto,
siquiera son apóstoles de un culto,
centinelas perdidos de un ensueño!

¡Sacras son las furiosas tempestades
que fecundan la vida con la muerte:
deben serlo también, ya que igual suerte
tienen siempre las hórridas peleas,
las ideas de todas las edades
y los héroes de todas las ideas!

Pronto, pronto, mañana,
la idea de una patria solamente
la eterna unión para la especie humana,
ha de rayar, desde las altas cumbres,
sobre la triste y abatida frente
de las encadenadas muchedumbres.

La Patria vieja cambiará de nombre;
y el nuevo nombre que soñó la mente
triunfará al fin en la batalla ruda...
¡Oh! ¡Patria Universal! ¡Patria del hombre:
todo un siglo... muriendo, te saluda!

Y entonces surgirán potentes brazos,
que el yugo desigual hagan pedazos
y la bandera universal levanten:
y vendrán otros héroes; pero entonces
esculpidos serán en otros bronces
y habrá otras liras que también los canten.

Hoy canta, ¡oh musa! al último patriota
que suspenso en la cumbre, ante el abismo,
hizo la redención de la derrota
abriéndose en la cruz del heroísmo;
al que supo morir cual sol poniente
que en su manto de sombras se recata,
con la actitud de un César que se siente
altivo bajo e] golpe que lo mata;
al que fulgió sobre la lucha fiera,
desgarrando la noche de la Historia;
al que cayó, pero al caer siquiera
se vengó de la muerte con la gloria.

Digno es del canto el héroe que su espada
fulminara en Junín y en Ayacucho;
mas lo es también el que a su patria amada
defendiera ante el cielo y el oceano:
si su esfuerzo fue el último cartucho,
Bolognesi fue el último espartano!

Hoy canta, ¡oh musa! cual cantara un día
la musa de Simónides la suerte
de los que hallaron, en la lucha impía
de las mismas Termopilas, la muerte.
Y di también como ella, ante la fría
tumba del héroe que escalara el cielo:
—«Su tumba es un altar; y su memoria
vive en la patria con perenne duelo;
y su duelo es un canto de victoria!»

¡Todo puede morir! La fe se trunca
el amor pasa, la esperanza ceja:
no peligran jamás, ni mueren nunca,
sólo los héroes de la historia humana,
¡Hoy canta al héroe de la patria vieja
y al de la Patria Universal mañana!

autógrafo

José Santos Chocano


«Selva virgen» (1898)

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