ACABA
A Eugenio de Nora.
No son tus ojos esas dos rosas que, tranquilas,
me están cediendo en calma su perfume.
La tarde muere. Acaban los soles, lunas duras
bajo la tierra pugnan, piafantes. Cielo raso
donde nunca una luna tranquila se inscribiera.
Cielo de piedra dura, nefando ojo completo
que sobre el mundo, fiero, vigila sin velarse.
Nunca una lluvia blanda (oh, lágrima) ha mojado
desde tu altura infame mi frente trastornada
—dulce pasión, neblina, húmedo ensueño
que descendiera acaso como piedad, al hombre.
Mas no. Sobre esta roca luciente —tierra, tierra—
presente miro inmóvil ese ojo siempre en seco.
Ciclo de luz, acaba, destruye al hombre solo
que dura eternamente para tu sola vista.
Vicente Aleixandre