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LA OREJA - LA PALABRA

                    I

Ese dibujo acaso
interroga. Mas si así es lo traza
con materia indudable.
Cartílago irrumpiente que surte repentino
como un pabellón noble.
Oh, sí, interroga al mundo
y el mundo da el tañido, hace su cristalina afirmación,
y él la recoge entera.
El mundo no es la masa,
aunque tenga su música.
No es el dibujo exacto de la risa o la furia,
aunque todo haga un son.
Rugosa, apresurada, revuelta, no indecisa,
la oreja se ha formado por siglos de paciencia,
por milenios de enorme voluntad esperando.
Y allí espiaba acaso su percepción más justa,
su verdad más precisa.
La transustanciación no visible
a que asciende
el mundo, en asunción
de sí, y se alza a su música.
Se espía a sí mismo por ese órgano noble,
hecho materia solo, sentido solo, espíritu:
mundo entero compacto.

Y el cartílago avanza casi animal y casi
mineral y se asoma.
Por el diestro agujero
irrumpe, se contrae, se arruga, se dispone,
se consolida y abre
su ala clara y quietísima.
Y allí aguarda. Allí goza
el mundo. Allí se escucha
el mundo. Y son los hombres
los que traducen luego con su signo o palabras
la respuesta a la Vida.

                    II

La palabra responde, por el mundo. Hay mañanas,
en que oímos el mar, la tierra en ella.
Es una cueva oscura, o un relámpago fijo.
Noches que se iluminan con la palabra humana.
¡Un firmamento o voz!
Pero a veces, muchas más ve^es, la palabra limita
con el hombre, es el hombre. La palabra gimiendo,
la palabra escuchando. («Dime, amor»). La palabra
escupiendo, apostrofando, reuniendo.
Clamando como solo una ardiente campana
fundida y aún colgante, vibrando, reclamando,
mientras todos los hombres a su voz se concentran,
y hay un coro de brazos, de puños proferidos,
una voz, y son todos.

La palabra es un hilo,
de voz, y es una madre.
Y es un niño esperando.
Y es un padre en su fragua.
Y es un carbón brillando.
Y es un hogar que ardiendo quema las voluntades,
y nace el hombre nuevo.

Palabra de los hombres que hace al fin un domingo.
Muchachas que descienden de las lomas queridas,
de las muy esperadas.
Muchachos que les dicen palabras como auroras,
como besos redondos,
besos como horizonte o palabras cantadas.
Palabra o coro cierto con las manos prendidas,
rodando, oh sí, girando
en el diáfano día.

autógrafo

Vicente Aleixandre


«En un vasto dominio» (1958-1962)
Cap. I. Primera incorporación


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