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LA MANO

Es el esfuerzo humano, ciertamente.
Ved esa mano que abre cinco dedos.
O que separa tierra y mar, y avanza el dique.
La que sobre las teclas ligerísimas
pasa como un vapor acuoso, y se irisa el sonido.
O cae, y estalla
todo el fragor del mundo. O más, y queda
ahí
el silencio temblando.

Es la mano que alza
con la palanca el mundo,
y yergue torres, como un deseo infinito,
o barre como un viento las dunas, las arenas,
y las ondas avanzan.
Oh, minuciosamente contar pudo esa mano
las hierbas de este monte,
o dormir en el fin de ese brazo que levantó esa cúpula, y ahí brilla.

He aquí el puente ferrado que se armó hierro a hierro,
arco para la vida de esta ciudad, y la mano durmió: joven aún vese.

Es la que derribó el árbol: el baobab, sequoias, las ceibas, araucarias... Hierro al fin de los dedos
para el beso final que mata o ama.

La que botó esa nave, sin más que empujar suavemente,
la que con los dos brazos sujetó catedrales, la que, más temerosa,
armó castillos, sostuvo almenas, coronó torres ilusorias,
labró espumas de piedra e hizo llamas
duraderas, con roca solo, por noches

La delicada mano sucesiva
que acarició ese rostro, también otro y el mismo.
La que asomó al balcón y miró la esperanza en unos ojos verdes.
La que dijo «te amo», mientras tembló en un talle.
La que desnudó la espada y alumbró sangre, y gimió en muro oscuro.

Esa que luego cogió con fuerza ese arado y labró duramente,
tenazmente esa tierra, su hija mucho más que su madre.
La que desvió el río o expulsó el mar
o asedió el fuego huido. La que después
bajó al abismo y extrajo extraña sombra, y la prendió,
¡y ardiera!

Mano que suavizada ordenó fuegos fatuos
y con ellos movió ruedas y espumas.
Y hubo un canto de acero largamente en la tierra,
y la materia irguiose. dominada y distinta.

Mano de piel rugosa, con un monte en su palma,
Pero no: mano solo para un botón justísimo.
¡Nunca lo toque! Mano que haría saltar el mundo.
Mano quieta en la sombra, terriblemente injusta.

Oh, mano, mano humana que fue amor, o sería.
Brille el esfuerzo humano como una paz durable.
Mano que en otra mano dichosamente pósase,
mientras todas las manos a esta tierra cercaran.

autógrafo

Vicente Aleixandre


«En un vasto dominio» (1958-1962)
Cap. I. Primera incorporación


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