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TABLA Y MANO

Delante está la mesa.
No pájaros o flores. Cuatro naipes, un vaso.
La mano está en la tabla. Tabla o mano, mezcladas no,
confusas —confundidas—.
La mano quieta asoma por un puño gastado;
rugosa, casi vegetal aparece, explora, avanza,
ya está toda visible: ahora se apoya
sobre la tabla hermana.
Un vidrio deslustrado, con un poso rojizo, está a su vera.
Este rojo color fue de oro dulce,
campo feliz, los granos rezumantes.
Pájaros inocentes volaban bajo el cielo.
Azul, azul, con el verdor de la uva.
Y los pámpanos, anchos.

Ahora la tabla, materia solo cuyo origen se oculta,
cubierta está por mucha vida que no estuvo en sus ramas.
Ella creciera en un haya graciosa.
Cerca las viñas y sus uvas claras,
ávidas de este sol que las aprieta.
Creció la tabla pura y extendió sus ramajes,
y virgen los abrió solo a los cielos.
Pero un filo feroz fue la respuesta.
Con sangre no, con savia, fue abatida,
tabla que palpitaba allí invisible,
bajo la injuria abierta.

Una sierra fue luego, su monótono son:
las volutas sobrantes.
¿Sobrantes? Carne viva cayendo en rizos de materia ardiente.
Y allá, emergiendo, nueva, hija que mata con su nacimiento,
la tabla, ese tablero que perdió su origen,
y aquí está. Turbia, con solo historia ya de nueva vida,
aquí está. Y en ella un vaso, el vaso mil, el mismo vaso
eternamente en ella.
Y debajo su mancha.

Quieta la mano sobre la tabla, ase
el vaso mil. Despega. Ahora él regresa:
la mano quieta está otra vez. Mano rugosa,
trabajada, vivida, usada, mano hija y madre
de manos. Que nació matando
la mano niña que ella fue, suavísima,
grosezuela, hecha a tocar el seno que corría
como una vena azul para unos labios niños.

Mano que asesinó para nacer: nació de aquella,
y aquí está sin memoria de su origen. Como la tabla, hermana
también por eso. Y su materia reúne
lo que es, y toca y sabe, aunque siga ignorándolo.
Casi ya vegetal, con nudos crudos,
abriéndose, extendiéndose, medrando en dedos vivos,
sacando aún savia para echar las uñas.

Las uñas: allí como una flor final, oh seca
flor en el cabo de esas ramas
que ningún viento moverá en la tabla.
Sí, en la tabla reposa. El vaso, seco
ya. Y duerme la materia. Es noche. Una
sola verdad, confusa. Y solidaria.

autógrafo

Vicente Aleixandre


«En un vasto dominio» (1958-1962)
Cap. II. El pueblo está en la ladera


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