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JUANA MARÍN

Pero no, abra su puerta y entre
la moza colorada.
Un bofetón de vida.
Cuando se piensa vida es piedras arduas, colores matinales, el verde,
el rojo, el carmesí, la fresca
ruptura del amarillo suelto en ríos,
con el sol dentro, o el arco, el arco en iris, firme,
que un pie inicial pisa de monte a lumbres.
Allí ese pie desnudo...
Mas no, nadie lo pisa. La luz, la luz graduose
y descompuesta expone sus matices.
¿Quién los pensó? Una mente
blanca los recompuso: la luz. ¡Síntesis!

Pero esta moza en crudo
que ahora avanza, no fue pensada,
sino parida. Entera,
como una gota de color enorme.
Juana Marín le dicen. Avanza ahora
hacia el fondo. No es esta vaca negra
y blanca lo que hoy conduce. Algunas tardes cruza
con un ronzal y arrastra dulcemente
la masa triste que una esquila anuncia
y va a abrevar. Allí alza sus ojos
que copian nubes vagamente libres,
y pasan. Y el belfo lento gotas suelta, y brama
con piedad hacia el fondo. El sol termina.

Pero no es esa bestia suave
como una sombra lo que ahora lleva o induce.
El río no está lejos. ¿Para quién? Ellas lavan.
Hoy va a llevar Ja ropa hasta sus bordes.
Es un río pequeño: lo justo. Chinas gruesas
o roca rota, y lame la onda el filo.
Juana y María, y Azucena, y Paula,
y más abajo Ana y Justa y Luisa...
Un coro que aquí se alza con voz débil:
la del río en las piedras, o sus bajas espumas.

Esas manos se agitan. Por la mañana se alzan
con el sol. No dan luz. ¡Son tan morenas!
Morenas manos sobre blancas ropas.
Arduas sobre la nieve nunca fácil.
Allá arriba
la otra nieve, veraz, abajo el río nacido de sus fríos rígidos,
y esas manos le buscan su linfa helada y pegan
con ardor en sus hielos, y lienzos baten
y estrujan y restriegan: buscan nieve:
la dolorosa nieve resultada.
Humano esfuerzo, no naturaleza,
bajo este sol ignoto: y él ignora.

Juana, María, Luisa, Flora, Encarna...
en la mañana alzan sus manos, mientras sube
el sol. Y bajan al fin sus manos cuando el sol se pone.
Eternamente quietas, velocísimas, sin que parezcan removerse, álzanse,

golpean, crecen, se abaten, siempre inmóviles
en su nunca parar, hasta que es noche,

Juana Marín hoy no va al prado con esa sombra lenta que es la vaca.
Vaca dulce en el verde, y Juana va cortando ramones,
o va en el huerto ajeno desmochando eso inútil,
o separa la piedra y entra el agua.
Suena el regato y casi es noche, y humildes las estrellas
primeras en el agua relucen. Juana a veces las bebe duramente frescas.

Mas hoy no. Hoy vuelve o casi trepa del río helado con su cesto a cuestas.
Blancos lienzos, oscuros en la noche empezada.
Juana Marín empina su pecho, y pisa firme,
con la postrer firmeza diaria, hasta sus sombras.
Un vaho de soledad como un ala tremenda
se extiende sobre el pueblo.
Pueblo dormido. Y Juana lo alcanza. El cuerpo rompe
la sombra, y hiere. Y entra, con sangre, y puede. Y entra Juana.

autógrafo

Vicente Aleixandre


«En un vasto dominio» (1958-1962)
Cap. IV. Incorporación temporal


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