QUINTO PAR
9
Óleo
I
Demasiado solo está el caballero. ¿Lo es? El licenciado pertenece al Consejo.
Aquí quizás estaba una tarde cuando el artista quiso
pronunciarlo, engendrarlo.
Pues a otra vida nace quien, así retenido, proyectado amanece e
inmerso aquí levántase.
Helo aquí justamente
cuando en pie nos contempla.
Acaba de despegar sus ropas negras de ese cuero curtido donde sentado
estuvo,
curtido castellano mate y tibio que hundido quedó —mirad— de
un cuerpo.
No hay extrañeza en esos ojos. Un castellano mira
con sosiego cualquiera sea el espacio, el tiempo a que se asome.
Sus ojos mirarían aún más allá;
están hechos
de pensamientos grave y ulterior... Nada hay nuevo,
pues hasta el más morir, que sería más vivir,
previsto está en sus ojos.
El licenciado es magro, cenceño, ardido. Negro,
su pelo, coronando una frente cansada, y siempre erguida. Arrugas
se embeben en la barba nunca prolija, ancha
la torneada nariz. ¿Cristiano viejo? Laso
en ese pelo escaso más que corvino, y dura
en su negror rebelde al tiempo, tenaz, bajo estas luces.
Se ha levantado y viste de negro. Ah, sí, el artista
le d ijo ; «Así
estarás como tú eres, como serás, y duras».
Y vio en los ojos, puso
una sombra dudosa, dudante, y dentro la firmeza. ¿Dudar?
Del tiempo, de ese fluir mojado donde el pintor decía
querer poner su tabla por que siguiese
el curso.
Y detrás la firmeza, esa quietud que el grave
señor siente a su espalda, donde se apoya, un muro.
La eternidad.
II
El caballero extiende
su mano, en pie, la aplica apenas
sobre el tablero y casi
sonríe. Dura. Dura.
Posiblemente sabe e ignora, aduce
y gasta. Retiene, y brilla inmóvil
esa pupila intensa donde una gota ha ardido
sin consumirse, ¡y hela!
Cortés te llama, y casi él se responde. Mas
acércate
y verás que pregunta. Mira: sálvale.
Vicente Aleixandre