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MUJER NATURALEZA

Mujer naturaleza: así te llamo,
porque a través de tu unidad comprendo
la oculta geometría de las cosas;
la furtiva inocencia de los ciervos
y la ductilidad del girasol.
Fuerte y feraz como la tierra misma,
a ti, mujer naturaleza, vengo
a construir la casa de mi espíritu
con soleras de roble y abedul.

Mujer naturaleza por el roce
de tus plantas, desnudas como arcilla
cuyos contornos modeló la lluvia;
por tus muslos de cálidas maderas
por tu olor a manojos de centeno,
y por tu piel dorada como el pasto,
cuando el estío resplandece en Cáncer,
sobre los planisferios de coral.

Surges de un horizonte de naranjas
y abejas en los flancos floripondios.
Si abril te engarza floración de frutas,
te acendra octubre naturales mieles,
y en la vitalidad de las montañas
te anuda la creciente sementera
vegetación de solferinos cámbulos,
lo mismo que a las varas del maíz.

¡Cómo no conocerte en tus imágenes
y tus encarnaciones siempre activas!
El aire que se mueve en tus pulmones,
baja del alto corazón del cedro.
Tu frescura es alondra de los ríos.
Tu aridez elemento de las rocas;
y cuando callas, tu silencio tiene
pesadumbre de tierra a cuyos vasos
la angustia de la noche descendió.

Así te siento, vegetal y antigua,
y nueva como un ánfora; en tus márgenes,
potro violento saciará su sed.
Corderos velarán en tus apriscos,
mirando hacia las cúspides absortas.
Manto de musgos llevarán tus hombros.
En los riñones ceñidor de hiedras.
Desgranadas espigas en las manos
y en la frente los símbolos del bien.

Al abandono de mi fuerza ofreces
salubre sol y tutelares climas.
Dislocados mis sueños a ti orientan
sus mástiles caóticos y brújulas.
Viajero del espacio, entre la sombra
mis caudas llevan estupor de siglos.
Y estoy solo. En mis broncos territorios,
moradas cruces, árboles cautivos;
planicies de otros mundos y un silencio
de góndolas que se hunden en la luz.

A tus seguros panoramas llego,
mujer naturaleza y fértil limo.
¡Qué grandes tus llanuras y en las grietas
de tu suelo cordial cuánta raíz!
Los brazos tiendes a la vida entera
con voluntad de afirmativos músculos.
Mujer de barro primordial; de conchas
teñidas de crepúsculos y mares;
de corteza y de hiel y de fermentos
de levaduras en las oscuridad.

Hueles a pan de los ardientes hornos,
y por eso te llamo mujer trigo.
De tu forma desciende la esperanza,
y por eso te llamo mujer lluvia.
Háblame con tu acento inconfundible
de arroyo gutural en las tinieblas,
y que yo escuche entre tu propia sangre,
ese ruido de vidas subterráneas
que impulsa el palpitar de los embriones
y los cuerpos que afloran al calor.

Te presentía en mis nativos valles,
cuando la savia universal circula
más honda por los días y los seres
y en su fuerza confía el corazón.
Crecía otoño substancial, cargado
de almendras y colores primitivos.
La piedra su dolor humanizaba.
Fluía el agua cada vez más próxima.

Tierra y cielo juntaban sus orillas
ante la eternidad de las atmósferas,
y tú venías semejante al fruto
tierno en la brisa vertical del ramo
cuyos preludios la bondad sazona;
granada un día de sabor perfecto;
y absoluto en las últimas canículas
mostrando al mundo de las cosas ciertas
su generosa naturalidad.

Mujer naturaleza: ante tus aras,
virtual ofrenda y sacrificios dejo.
De mi zozobra a tu vigor ascienden
votiva llama y holocaustos píos.
Eres verdad y en tus mesetas alzo
paredes nobles y columnas vivas.
Y en este sitio de mi alma y tuyo,
por ti mujer naturaleza, enciendo
una estrella de espinas infinitas,
que arranqué de las órbitas de Orión.

autógrafo

Germán Pardo García


«Las voces naturales» (1945)

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