EL MAYORAL
Con la faja incendiaria de crujiente pingajo,
Con su boina arrogante de carlismo y sus prendas,
Ruge el viejo Pelayo sus morriñas tremendas,
Y sus «jos» y sus «erres» desenfunda a destajo...
Nadie anima una yunta, nadie blande las riendas,
como el Cid montonero campeador del atajo;
juega en su modo el guante dócil de su agasajo
y le ofusca un invierno de lejanas leyendas...
El eco de sus bélicos alaridos rebota
de valle en monte, en ágiles balances de pelota...
En su recia cabeza y en su garbo de roble,
se recela un instinto algo terco de cabra...
Y soslaya sus ojos de mastín bravo y noble,
El orgullo que roe la tristeza cantabra.
Julio Herrera y Reissig