EL CAUDILLO
Reciamente miraron siempre al destino bizco,
sus diez lustros nivosos, ebrios de joven mayo;
y en le crespo entrevero, despojándose el sayo,
ordenó: «¡Fuera pólvoras! ¡A puñada y mordisco!»
Nadie ajusta una barra; nadie brota un pedrisco,
ni la cáustica fusta zigzaguea en un rayo,
como el ancho cuchillo que en honor de Pelayo,
cabalgara montañas, fabulosos y arisco.
Ya que baile o que ría, ya que ruja o que cante,
en la lid o en la gresca, nadie atreve un desplante,
nadie erige tan noble rebelión como el vasco,
y sobre esa leonina majestad que le orla,
le revienta la boina de valor, como un casco
que tuviera por mecha encendida la borla...
Julio Herrera y Reissig