ODA XXII
A LA ESPERANZA
No ha nada que las nubes
En alas de los vientos
Bajaban desatadas
En largos aguaceros;
Que a su soplo incesante
Como en humo deshechos.
La noche anticipaban
La atmósfera cubriendo.
Los campos anegados.
De horror y luto llenos,
Al alma no ofrecían
Sino tristeza y miedo:
Y el huracán furioso
Con su rápido vuelo
Robar amenazando
Las chozas de su asiento,
Las selvas desgarraba;
Redoblando los ecos
En silbidos medrosos
El horrísono estruendo.
Mudos los pajarillos,
Del diluvio a cubierto,
Entre el fosco ramaje
Yacían sin aliento.
El cielo encapotado
Do un ominoso velo,
Del mundo retiraba
Las luces del sol bello.
Y el reino de las sombras,
Y su fúnebre duelo
Entre estrépito tanto
Se anunciaban eternos.
Cuando súbito el muro
De las nubes rompiendo,
Riquísimo en fulgores
Se ostenta el rubio Febo:
Corriendo de repente
Cual un raudal inmenso
Los rayos celestiales
De su alto trono al suelo.
Disípanse las nubes,
Y al nuevo sol opuesto
Despliega sus matices
El iris a lo lejos.
La esfera iluminada,
En un plácido oreo
Los vientos o no vuelan,
O vuelan en silencio.
Y todo es y a delicias,
Y júbilo y sosiego,
Cual antes era todo
Desorden turbulento.
Celebrando las aves
Con sus dulces gorgeos
El triunfo de las luces,
La paz del universo.
Tal las lúgubres sombras
Que ora abruman mi pecho
Pasaran, y con ellas
Mis amargos desvelos.
Que de rosas orlado
Su flotante cabello,
Corre ya la esperanza
Con semblante risueño,
A colmarme amorosa
De inefables consuelos,
Y apagar mis temores,
Y aguijar mis deseos.
Pues cual Mayo florido
Sigue al áspero invierno,
Así en pos vuela siempre
De la pena el contento.
Juan Meléndez Valdés