LA TABERNA
Los libertinos disparaban en una risa abundante al lanzar con el pie, en distintos sentidos, la gorra de la fondista. Su embriaguez, efecto de un brebaje mortal, se confundía con la enajenación. La llama de los reverberos imitaba el tinte del ajenjo.
Un duende rojo volaba sobre las copas vacías y derribadas.
El más viejo de los libertinos se había tornado flemático y adiposo. Los compañeros intentaban irritarlo con sobrenombres amenos. Pero nada lograban con el veterano de la licencia y de la bacanal. Había arrojado de sí mismo la caperuza de campanillas del bufón.
Alguien despidió una mecha encendida sobre el fauno soñoliento y sobresaltó su torpeza y la convirtió en aflicción y en miedo. Los calaveras le formaron una rueda festiva y probaron a refrescarlo con aspersiones de agua. Presenciaron, atónitos, la ignición del ebrio, caso maravillado y hasta desmentido por la ciencia.
José Antonio Ramos Sucre