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EL ÁLAMO BLANCO

Mientras el aura del ardiente estío
Derramaba con vuelo fatigado
Sobre la mustia majestad del prado
De la alma aurora el virginal rocío;

   Besando el agua del raudal umbrío
A la sombra de un álamo apartado,
Oyó que así en murmullo sosegado
Decían el árbol y el sonoro río:

   —Si el céfiro de abril huyó ligero,
¿Qué espíritu divino te alimenta
Y hace perpetuo tu verdor primero?

   —Yo presto sombra cuando el sol calienta,
Rasgo del aire el torbellino fiero
Y el bien que hago mi verdor sustenta.

autógrafo

José Selgas y Carrasco


«El estío» (1853)

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