I
La ciudad vino a posarse en mi hombro.
Yo la estaba viendo en el horizonte, nocturna, abierta de luces y de alas, quieta, como buscando el calor de la luna o el mensaje de los
faros del coche. Lentamente me acercaba a ella, cumplía mi regreso. Granada se parece entre las sombras a un pájaro dormido.
Pero hubo un momento en que pude notar el temblor de sus nervios, la repentina agitación del sueño, la llamada de un instinto poderoso, la disciplina de un horario.
Y todo de repente. Y levantó vuelo, y cruzó el aire como una flecha en llamas, como una predestinación encendida. Y vino a posarse en mi
hombre, y dejó su beso sangriento en mi cuello.
Desde entonces la temo con una entrega absoluta, igual que la víctima necesita a su vampiro. Pálido, con ojeras, casi sin sangre, a la ciudad regreso todavía.
Soy el aparecido de las sombras, el que cruza la calle, el que se pierde hacía un destino secreto. Y te miro un momento, y me poso en tu hombro, y acerco mis labios a tu cuello.
Luis García Montero